Es célebre la frase de que la culpa de los males del mundo no es tanta la
de quienes los cometen como de quienes los consienten. Quiero recordar que es de Einstein. En buena medida
de esa culpa trata la siguiente crónica…
El núcleo duro del partido socialista español, no sólo ahora sino
a lo largo de las cuatro décadas posteriores a la dictadura, es de la especie de
los consentidores. Y sospechar que
una de las razones para serlo es la oportunidad de haber ido obteniendo del bipartidismo réditos para sus políticos, por otra parte es razonable, Pero en cualquier caso, para un observador ecléctico la
deriva del socialismo español a lo largo de casi medio siglo es muy dramática, Pues su réplica de palabra y de acción frente al rodillo del
conservadurismo franquista han sido y son excesivamente moderadas.
Y es
dramática, porque los propios próceres de la formación de esta izquierda nominal española se escudan en la realpolitik, es decir, la política condicionada, la
política secuestrada por los poderes fácticos; esa barrera infranqueable a la que tan
a menudo el primer líder socialista del presente régimen se refería en el fárrago de sus entrevistas…
Los momentos críticos en que se ha puesto de
manifiesto la traición, la felonía pasiva, tanto para muchos de sus propios
correligionarios como para la República como para el pueblo en general, que
consiste en no enfrentarse eficazmente a las amenazas del partido franquista
pese a que éste se oculte nada menos en siglas de “lo popular”, han sido y son
muchos y muy graves. Cansa enumerarlos. Aún más detallarlos. Pero creo ser suficientemente
convincente ciñéndome sólo a unos pocos de esos momentos. Empezamos por que los
franquistas, desde el día siguiente al de la desaparición del dictador, controlaron
todo y los socialistas, medrosos, se lo permitieron. Así, ya en la mismísima
transición, tres años después, desarrollaron lo que los franquistas tenían
planeado: Constitución y monarquía incluidas. Lo fundamental. Todo lo que ha
venido sucediendo en los cuarenta años siguientes y lo que en cuestión de un
par de años van a conseguir, que es adueñarse del poder político, del ejecutivo
y del legislativo en términos de mayoría absoluta, obedeció a un perfecto
cálculo al que los socialistas no tuvieron el valor suficiente para oponerse. Hemos
de reconocer que lo difícil que era oponerse para estos era muy fácil para los
otros.
Los
franquistas contaban con la cooperación de la justicia. A fin de cuentas no
hubo ninguna clase de depuración, ni siquiera “cursillos democráticos” por los
que los jueces hubieran debido pasar. La justicia seguía inevitablemente en
manos de los mismos funcionarios de la dictadura, todos hijos del franquismo
tardío. Su mentalidad deformada por el franquismo inservible para una
democracia, fue y sigue siendo determinante. Pero es que casi al mismo tiempo
de esta escena estaba desarrollándose otra en un primer plano: la de una fenomenología
en cierto modo inesperada, que facilitaba a los franquistas sus maniobras. Y
esa escena era que el psoe y sus líderes sucesivos habían empezado, ya
desde Suresnes y así seguirían, a mutar drásticamente los principios
fundacionales del socialismo. Esa “actualización”, esa “socialdemocracia” en
que se trocó el socialismo, ese mimetismo de los principios, habida cuenta las
circunstancias mencionadas, ni podían ni pueden interpretarse sino como una
claudicación, como un abandono de la preocupación efectiva del partido por la
clase trabajadora. En todo caso la clase trabajadora se ha ido resintiendo de
ello cada día más…
Si
entonces, en 1978, hubiera sido peligroso no hacer las cosas como dispusieron
los franquistas, y por lo tanto puede disculparse que no forzasen los
socialistas la convocatoria de un referéndum para dar a elegir al pueblo
español entre monarquía y república, no se puede explicar y menos justificar
que: tampoco se haya intentado siquiera convocarlo a lo largo de cuarenta y
tres años. Esa responsabilidad, esa culpa por omisión, pasividad, pusilanimidad
o villanía son rotundamente del partido socialista español, del que han caído con
estrépito dos letras de las cuatro que componen su sigla.
Paso
por alto los incumplimientos de las vocingleras promesas de González y de su
progresiva corrupción ideológica, con todas las consecuencias que ello ha
traído hasta hoy. A finales de los años setenta apareció en el titular de un
periódico una frase suya frente a la que me froté los ojos,: “Prefiero la
inseguridad en el metro de Nueva York a la seguridad en el metro de Moscú”. No
pude dar crédito pues era una declaración de principios que hacía temer lo que
luego realmente ha sucedido: permitir el socialismo, disfrazado de
socialdemocracia y bajo el paraguas de la realpolitik, ya institucionalizada, su virtual
sodomización por la ramera neoliberal. Se cumplía así el miserable pronóstico,
en realidad un consejo, de Willy Brandt: “quien a los veinte años no es
revolucionario no tiene corazón, y quien a los sesenta no es conservador no
tiene cabeza”.
González
no tenía todavía 60, pero tampoco inconveniente en anticiparse y hacer caso a
su amigo y mentor alemán. El caso es que el enriquecimiento personal de este
personaje, su reparto de poder a través del bipartidismo y su alianza práctica
con los neoliberales ultramontanos, su cinismo y su injerencia en la acción
política de sus sucesores, todo cuanto ha salido de su boca, ha funcionado como
una bomba de relojería que ha ido minando más y más las débiles posibilidades
de prosperar en España la esperanza en la República. No sólo eso, que ya es
bastante, sino tampoco la esperanza en un pensamiento, una política y un
sentido interpretativo de la ley acordes con el espíritu de la Unión Europea;
lo que hubiera detenido la progresión de las filas conservadoras, franquistas y
fascistas.
Jaime
Richart
12
Octubre 2021
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