lunes, 25 de octubre de 2021

¡Yo acuso!

 Por el peligro que encierra el lenguaje audaz y temerario, tal como están las cosas y la intolerancia de una justicia española justiciera, no reprocho a nadie que no lo emplee pese a que las soflamas revolucionarias las están pidiendo a gritos millones de ciudadanos en numerosos países y a saber cuántos en España. Ni tampoco se lo reprocho a esos periodistas digitales que al abor­dar la vergonzosa sentencia del siglo y luego la clamorosa afrenta cometida por la presidenta de la Cámara, todos los textos sobre ambos asuntos me resultan melifluos, demasiado cautelo­sos e incluso cursis al lado del lenguaje durísimo y levantisco que me­recen provocaciones de una injusticia deliberadas y la sumisión de la presidenta del Congreso. Y no se lo reprocho, porque los periódicos digitales de izquierdas, aun los de pago, a duras penas pueden seguir adelante y han de ir con cuidado para evitar pro­blemas y quién sabe si también su cierre si sobrepasan la línea roja impuesta por los mismos magistrados.

 Por eso, emulando a Émile Zola que en el escandaloso caso Dreyfus escribió una carta con el título de ¡Yo acuso! en favor del oficial francés judío acusado de traición con pruebas falsas y ab­suelto gracias a su carta, sin esperar indulgencia alguna para Al­berto Rodríguez de esa cuadrilla de psicóticos, de los que sólo puedo esperar acciones penales de desacato, acuso a los magis­trados de la Sala Segunda del Tribunal Supremo de alta traición a los principios en los que se supone, aun malamente, se basa la Constitución; de alta traición a una democracia (si es que ha lle­gado a alcanzar la categoría de serlo) cada día más desfigu­rada por ellos mismos con sentencias empapadas de autorita­rismo mi­litar, al lado de otras  rebozadas en manifiesta benevo­lencia cuando el procesado es más o menos secretamente de su misma militancia o ideología. Yo acuso a los políticos de la ul­traderecha y de la derecha de franquistas redomados que, desde el día si­guiente de promulgada de la Constitución, encapsulados en las instituciones y aun fuera de ellas, permanecen al acecho de su oportunidad para retornar a España a un engendro de fran­quismo. Yo acuso a la presidenta del Congreso de que, aparen­tando la integridad precisa para desempeñar la responsabilidad que con­trajo al aceptar el cargo, se ha revelado como miserable consenti­dora de la causa franquista y ayuda de cámara del ma­gistrado. Esto, para vergüenza del parlamento entero al rendirse al magis­trado sometiendo la independencia institucional como poder le­gislativo del Estado, al poder judicial. Yo acuso a todos los políti­cos que durante cuarenta y tres años se han hecho pasar por ser de izquierdas y republicanos, y a la ciudadanía que ce­rrilmente les viene votando sólo porque el Estado les da de co­mer, de ser esos de los que Einstein decía que son peores que los perversos, pues ellos son los que consienten los males del mundo y en este caso la frecuente prevaricación de los otros.

 El caso es que, desde que empezó el juicio oral hasta la felonía de la presidenta del Congreso traicionándose a sí misma y trai­cionando la causa de un parlamento español, que parece más un prostíbulo de carretera que un respetable lugar de encuentros y desencuentros políticos por el bien de la nación, todo ha sido una cadena de despropósitos, riadas de mala baba, de mala fe y de la peor voluntad para no hacer patria. Un lugar en el que los inge­nuos que empezamos a caminar de la mano de una Consti­tución con ribetes marcadamente fascistas y una monarquía for­zosa cuya penosa imagen no tardó en dilapidarse a sí misma, esperábamos (luego se ha visto que inútilmente) un referéndum más adelante; un lugar donde, a pesar de todo,  confiábamos en que fuese posi­ble construir, por fin, una nación digna capaz de enfrentarse a las amenazas del franquismo redivivo, y en la que entre todos sería­mos capaces de ir desactivando las minas ente­rradas por sus par­tidarios desde el mismo día que desapareció el dictador…

 Jaime Richart

24 Octubre 2021

 

lunes, 18 de octubre de 2021

Los expertos

 Creo más en el homo faber, el que fabrica, que en el homo sapiens, el que sabe, o cree saber. Creo débilmente  en el que sabe, o cree saber, sin margen para la duda, ése que sabe de una teoría llevada a la práctica de una construcción social, como son todas las profesiones y actividades que no se traducen en algo material, físico o tangible. Me cuesta creer en ese que se empeña en llevar  una teoría sólo demostrable dentro de ella frente a quien está predispuesto a aceptarla como tesis y no como hipótesis, pero virtualmente indemostrable en la práctica.

 En mi consideración el experto verdadero es, exclusivamente, quien dibuja, quien esculpe, quien maneja una grúa, quien hace un puente, quien conduce un coche, el cirujano, el albañil, quien sabe tricotar… el homo faber; todo aquel capaz de hacer algo tangible y en su materia se le puede considerar experto, es decir, maestro. El homo sapiens, cada día me inspira menos confianza. Entre otros motivos porque aceleradamente va abandonando el repertorio de cualidades humanas del instinto, de la intuición, del ingenio y de la imaginación propias del homo faber, a la máquina y a la inteligencia artificial en las que ya cree más que en sí mismo y se conduce conforme a esa su creencia.

  Hay muchas señales de la mutaciones para mal del homo sapiens acumuladas a partir de la Segunda Guerra Mundial y en España de su guerra civil. Pero pasando por alto cuarenta años en que se incubaba su progresiva estolidez, en estos tiempos recientes saturados de noticias, últimamente, por unas razones o por otras, los medios traen constantemente al primer plano de la actualidad y de la información a los expertos. Los medios, los periodistas, otros expertos, que en materias intangibles sólo considero “versados en”, en este caso “la noticia”, ponen el foco sobre aquellos. Los expertos… esos de los que el psiquiatra anglosajón Frederic J. Hacker dice que "son aquellos que cada vez saben más sobre menos cosas, hasta que terminan sabiéndolo todo sobre nada". Esos, digo yo, que se retroalimentan a sí mismos como expertos y alimentan su importancia a la hora decidir en un problema, personal o no, por encima de cualquier otra capacidad humana de un no experto.

 Nos abrumaron con el dictamen, que no en este caso el parecer, de los expertos en el episodio del virus de moda, que situaban en la “comunidad científica”, el centro de la verdad, cuando era notorio que dicha comunidad estaba dividida aunque prevaleciese en la práctica un criterio. En todo caso hoy día se llama ciencia a cualquier cosa: “ciencias políticas” o “ciencias de la información” son dos ejemplos. Ahora se habla incluso de “comunidad científica de financieros”. ¿Qué clase de “ciencia” encierran esas especialidades que respondan a los principios y metodología de lo que hasta ayer ciencia era “sólo” un conjunto de conocimientos relativos a las exactas, a las físicas, a las químicas y a las naturales? ¿A qué obedece ese subidón de nivel en materias tan resbaladizas, tan imprecisas y tan cenagosas como son el periodismo, la política, las finanzas y los asuntos de la sociedad?

 Ahora, con ocasión del estallido del volcán de La Palma, vuelven a hacer acto de presencia los expertos. Menos mal que si en el asunto de la pandemia el poder político plasmó al completo el potencial de la biología y de la epidemiología en prescripciones por decreto, en el caso de la erupción de la isla de La Palma los expertos son mucho más prudentes. Han de serlo, porque mientras al virus nadie lo ve ni lo vio e incluso era indiferente verlo o no verlo, la erupción, la lava, la ceniza y los fatales efectos de los tres a la vista del mundo, y la incertidumbre les obliga a no pasar de estimaciones basadas en su ciencia, si, pero sobre todo en lo contingente de lo que va sucediendo a ojos vista. Actitud que de ningún modo necesitaron adoptar los expertos de la tanda precedente en materia de salud. Los del volcán van comprobando sobre la marcha lo arriesgado que es un vaticinio… La naturaleza, tan viva y descarnada, supera cualquier esquema previo sobre semejante y grandiosa fenomenología. Por eso, a diferencia de los tajantes mensajes lanzados por los expertos y sus acólitos, los políticos, durante la pandemia, en este caso de La Palma el experto describe la acción posible de lo que no se ve y en lo demás hace conjeturas. Algo que, casi está al alcance del profano terriblemente afectada su vida, presente en la escena del fenómeno telúrico. Pues una cosa es que el experto sea un estudioso y conozca el comportamiento aproximado de toda clase de volcanes, y otra que deba esperarse de él un pronóstico tras otro sin un amplio margen de error. Y, por lo que se va viendo, en vulcanología la predicción v está muy cerca de la adivinanza.

 Así es que cuando no son los epidemiólogos y sus socios, los políticos, son los vulcanólogos y los sismólogos, y cuando no, los médicos, los politólogos, los juristas, los periodistas… Y adiós así, al sentido natural de las cosas, de los hechos y de los desastres naturales. Y con ello, adiós también al sentido de la salud propia, al sentido de lo justo y de lo injusto… Ahora tenemos hambre o sed, sólo si lo dice un manual de autoayuda.

 Y con esto no quiero decir que esté en contra de los expertos en materias volátiles, construcciones sociales, como el derecho, la política, el periodismo, incluso la medicina no quirúrgica, etc, oficialmente reconocidos como tales. Ellos en realidad no tienen toda la culpa de la desconfianza que me inspiran. Como tampoco la tiene el científico verdadero, del nervioso afán de los periodistas, de los medios y de la masa en general de que aquellos den a todo respuesta concluyente que los verdaderos científicos por principio nunca pueden dar. Pues el experto, por saber mucho sabe también lo mucho que ignora. Pero la sociedad post moderna, soporta muy mal la duda, la incertidumbre. El individuo común no resiste la idea de que no se le dé respuesta a todo lo que le agobia. No soporta no saber el ¿por qué he enfermado?,  ¿por qué ha estallado el volcán? ¿cuánto tardará la lava de desembocar en la mar?, ¿por qué soy pobre y mi vecino rico? El individuo de hoy busca denodadamente relacionar el efecto con su causa. Dije que el individuo de la sociedad post moderna confía más en el experto que en sí mismo. Sin embargo, pese a ello, lo esconde, lo escabulle mostrando su “saber” sobre el de los demás. No sé si la educación también, pero desde luego sí sé que los medios precisamente son los que tienen mucha culpa de todo esto. Cuando hablo de construcción social les incluyo también a ellos como los principales fabricantes de “realidad”. Ellos son los más efectivos “educadores” de la multitud. Y en cuanto a los expertos, y para terminar, son consecuencia de la especialidad. En definitiva, los especializados en materias cada vez más troceadas. Pero eso es lo que me hace desconfiar, porque cuanto más saben, creen saber, de una cosa, y más celo ponen, menos prudentes me parecen y más se alejan de la visión panorámica, general y holística de la realidad…

 Jaime Richart

28 Setiembre 2021

domingo, 17 de octubre de 2021

Programa, ideario, ideología y Causa

 Por su profundidad, extensión y su distinto alcance, distingo en política los conceptos programa, ideario, ideología y Causa.

 Programa es un conjunto de propósitos pretendidamente firmes de un partido que se postula para gobernar “ahora”. Por lo que los propósitos son coyunturales.

 Ideario es un repertorio de principios o máximas que constituyen la base de un determinado modo de pensar amplio aplicado a la política. , cuyo nivel de exigencia es.

 Ideología es un conjunto de ideas fundamentales que caracteriza a un movimiento político.

 Las diferencias entre ideario e ideología son sobre todo de estilo, de oportunidad y de exigencia. El nivel de exigencia del ideario es más débil que el de la ideología. La ideología se caracteriza por su mayor rigidez respecto al ideario, es de pensamiento cerrado y doctrinario.

 Causa es un concepto más abstracto que el ideario, la ideología y el programa. Abarca aspectos muchos más profundos, menos aleatorios, menos circunstanciales y más permanentes sobre la rela­ción social, de convivencia y de organización política. La Causa trasciende a la nación o conjunto de naciones. Es universal.

 Como se puede observar, el programa está en el primer nivel de profundidad, extensión y alcance. Es intercambiable y admite grados de variabilidad sobre la marcha. A él le siguen, en el segundo nivel, el ideario; menos preciso por su contenido intelectivo que el programa y casi coincidente con la ideología en cuanto al conjunto de principios, máximas o ideas fundamentales que van más allá de una sola época y de circunstancias específicas. En cuanto a la Causa, trasciende la historia. Es transversal. Mucho más ambiciosa que los otros tres conceptos. Es inmune a los avatares de la histo­ria. La causa está en el nivel más alto del pensamiento político y sobre todo social. La causa no se ve afectada por lo eventual, por el fracaso ocasional de los líderes y por la inviabilidad puntual del propósito, el uno y la otra dependientes de factores ajenos al fundamento filosófico de la inten­ción; factores relacionados con la evolución del pensamiento a su vez preñado de ideas fundamenta­les sociales que han ido quedando inscritas en la Causa. A la Causa pertenecen los conceptos de orden mayor humanistas: justicia social, supresión de privilegios, propiedad, libertades formales y derechos de toda persona sin distinciones.

 Empieza la Causa en los pronunciamientos de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, de 1789 (texto fundamental recogido en el preámbulo de la Constitución francesa de 1958), y termina en los preceptos de la Declaración de los Derechos Humanos, de 1948. Todo lo demás,  ajeno a ambas Declaraciones, es pura contingencia.

  Jaime Richart

 17 Octubre 2021

viernes, 15 de octubre de 2021

Conferencias y lectura

 Por Cioran sé, que todo en la vida es para nada. Pero confío en que mi contribución a la vida a través de la escritura sirva para algo o para alguien, aunque sea para la coyuntura. Mi punto de partida es que toda idea no consagrada por el paso de los milenios o los siglos, es peregrina o pasajera, pues todo fluye al decir de Heráclito. Y mucho más en los trajinados tiempos que vivimos. Y si raramente no es peregrina, es prejuicio, reiteración, obsesión. No me interesan ni las unas ni las otras. Busco ideas intemporales y preferentemente eternas. Por ello he desistido hace mucho tiempo de asistir a conferencias. Llegó un momento en que me percaté de que las ideas valiosas que busco sólo puedo encontrarlas en mi interior o en un libro. A veces se me ofrecido impartir una conferencia. Y he declinado la oferta en varias ocasiones. ¿Acerca de qué podría darla que no fuesen tesis que moverían a escándalo porque no serían entendidas o porque colectivos: periodismo, policías, jueces, políticos, médicos, abogados… se verían atacados y enseguida tomarían represalias? La conferencia es para notables que no traspasan los límites de lo políticamente correcto. Para ellas, o para gente pretenciosa que habla mucho pero nada dice.

 Hablaba antes de mi contribución a la vida, pero por la escritura, no por la palabra hablada, tan traicionera. La conferencia supone proponer una tesis. Si no es así, es una charla o disertación magistral o no sobre una materia o disciplina de fundamentos determinados y prácticamente inamovibles. La clase de conferencia en la que pienso es la de la exposición del pensamiento puro o aplicado que comporta una tesis, un desarrollo y algún que otro ejemplo de refuerzo.

 Hoy hay cuatro ejemplos vivos que están en la mente de todos. En España, al menos tres de ellos: cambio climático, feminismo radical, pandemia y vacunación, e hispanidad. Cuatro ejemplos controvertidos que no admiten posiciones intermedias. La sociedad entera está dividida entre una tesis, su antítesis y la indiferencia. La conferencia eventual acerca de cualquiera de los cuatro asuntos no puede pasar de la pura conjetura. El planteamiento de los cuatro, en un sentido o en su contrario, no está lejos de los tiempos en que el heliocentrismo era fulminado desde el poder por el geocentrismo. Los geocentristas de ahora  niegan el cambio climático y la escabechina de los conquistadores,  y se reafirman con los argumentos de quienes han implantado la creencia en una pandemia y la inevitabilidad de una vacuna así como el feminismo extremo llevado a todo.

 Para superar un tratamiento penitenciario atroz en la Italia del siglo XVIII hubo de escribir Beccaria “De los delitos y las penas” en términos enigmáticos para no ser perseguido. Algo o mucho de esto ocurre respecto a quienes, hartos de engaños históricos permanentes, desconfían en absoluto del relato político-sanitario y temen represalias… Si se habla a fondo de cualquiera de esos cuatro asuntos peligra mucho la estabilidad.    

 Desde luego a mí, no se me verá protagonizar una conferencia. Lo mío es escribir. La escritura es un acto íntimo y también en alguna medida una mezcla de placer y de dolor. Su principal virtud es que da solidez al pensamiento, lo ahorma. A diferencia de la charla o la conferencia en las que hay una concertación previa entre el orador y el público asistente, el escritor no está presente en la lectura del lector mientras lee. La lectura es un acto tan íntimo como el defecar. Además, el lector dispone de todo el tiempo para reflexionar, mientras lee o después. Yo no recuerdo a lo largo de mi vida que me haya quedado en la cabeza algo impactante o sustancioso de las muchas conferencias a las que asistí hasta que me harté. De la lectura y los libros muchísimo. Al contrario, en todas su construcción me parecía previsible. En todas, si no tópicos, sí ideas preconcebidas y derivaciones de prejuicios; el prejuicio, esa idea que, al igual que el dogma, es lo que queda de ella después de aplastada por un martillo pilón, como decía Ortega y Gasset; esa barrera mental que sociedades poco desarrolladas culturalmente se resisten a permitir que sea franqueada. La consecuencia negativa para el librepensador es la dificultad de entenderse en lo cotidiano, hasta con sus propios allegados comunes…

 Además, en la conferencia, como reza el proverbio árabe, palabra que dices ya no es tuya; eres esclavo de todo cuanto dices, y en este caso, además, en presencia todos. Supone la rendición de cuentas personal de un punto de vista que se pretende original y suele ser extravagante (y si no es así, el acto será más bien un mitin en campaña). Se postulará inédito, pero es imposible decir algo que no haya sido concebido y dicho desde la noche de los tiempos con la brillantez, la simplicidad y la inspiración del genio. Y en esto consisten también mis reparos a toda conferencia...

 Por eso, por no serme posible abarcar todo cuanto se ha dicho y escrito a lo largo de la historia del pensamiento, lo único que me consuela sin, naturalmente, recurrir al autoengaño, es la sensación de haber concebido “la idea” por mí mismo. Y, como atribuyo a toda persona que se relaciona presencialmente conmigo por lo menos la misma inteligencia que la mía, me niego a tener que desmontar ante ella a toda hora prejuicios, nociones trilladas, ideas no ya peregrinas sino basadas en una educación e instrucción en España qué no respeta el librepensamiento. No extraña. Si la educación y la instrucción son en todas partes, en sumisión, regladas, en España alcanza el sometimiento unos niveles que sólo a través de dolor pueden superarse. Cuestionar en ese acto público que es la conferencia, un pensamiento desmenuzado, molturado como la aceituna, considerados todos los argumentos posibles en su contra fruto del pre-juicio, unas veces vulgar este y otras espantoso, no sólo no es estimulante, sino desolador y disuasorio.

 Por otra parte, sabido lo anterior, sabido que nada nuevo luce bajo el sol, la tesis siempre ha de ser breve. En un par de frases se agota. Por haber sido muy pensada, medida, ponderada, no se presta a la objeción fácil. Y menos a la refutación. Y si se desarrolla la tesis, el desarrollo muy difícilmente no es tedioso, pues todo lo que sobrepasa esas dos frases mágicas es prolijidad.

 Esto mismo que escribo ahora es una tesis. Pues bien, salvo que la elocuencia del orador tenga por sí misma esa propiedad que emboba, en materia de pensamiento aplicado o de filosofía la verbalización no puede competir con la palabra escrita. Así pues, los pormenores que giran en torno a la tesis o son flecos de la tesis, sobran. De manera que si al oyente de la conferencia le basta la tesis, no estará interesado en más, y si no es capaz de desentrañar el desarrollo o le da pereza intentarlo, ambas quedan en mero pasatiempo incómodo, compartido en una sala, eso sí, como cualquiera de tantos otros de la vida pública. A veces la conferencia no pasa del homenaje público que el orador se hace a sí mismo. Eso, o para él es un ejercicio de vanidad incompatible con caracteres sobrios y a la vez soberbios. Como el mío. Ahora, por un momento, yo me sitúo como eventual oyente de mí mismo. No estoy interesado en permanecer en la sala más tiempo que el justo para oír esas dos frases que son “la tesis”. Y como no he conocido en mi vida a nadie en España lo suficientemente interesante que me retenga en una sala de conferencias más allá del momento en que he captado “la tesis”, me niego a ser yo también inductor del aburrimiento que indudablemente procuraría a un auditorio que, por otra parte, se caracteriza por el ansia del turno de preguntas. Momento en el que, tras la inmediata introducción del interpelante: “voy a ser breve”, se extiende hasta sumir en el sueño a los circunstantes, para desvelarse al fin que su propósito es poner en aprietos al conferenciante…

 He aquí por qué nunca daré una conferencia. Al menos en España.

 

15 Octubre 2021

martes, 12 de octubre de 2021

La deriva del socialismo español II

 Pasando por alto muchas otras cosas, situaciones y pruebas, las diferencias entre el psoe y las derechas se han ido estrechando a lo largo del tiempo. Casi podríamos decir ya que se reducen a que, salvo el vidrioso asunto de los ere” de Andalucía en el que, al parecer, miembros del partido se lucraron a fondo, el partido socialista no ha robado masivamente las arcas públicas, que es lo que hizo la derecha durante al menos tres décadas. Pero hay una piedra de toque de la inautenticidad del socialismo español, y ésa es la pronta privatización a su cargo de un bien esencial, la energía hidroeléctrica de una empresa del Estado; como no podía ser de otro modo, a ella siguieron otras inmediatamente de la derecha, el partido franquista, durante la alternancia.

Las pinceladas de la entrega anterior debieran ser suficientemente ilustrativas de la miserable deriva del socialismo español. Pero es que en el último quinquenio la actitud, mentalidad y acción política de este partido (pese a los constantes ataques al gobierno por parte de la oposición actual, que parecen formar parte de un miserable teatro típico del bipartidismo; farsa que completa la ya desplegada durante la transición y años sucesivos) muestran un progresismo decepcionante, una progresía de bajísima intensidad. Y el descarado posicionamiento de sus líderes, sean los antiguos o el actual, a favor de blindar la monarquía es lo suficientemente elocuente como para que el pueblo en general vea ya un esperpento en la senda de lo que un día llamaron socialismo y ahora es un revoltijo de disparates, en alguna medida velados o rebajados por la presión que ejerce el otro grupo minoritario que forma parte del gobierno; grupo que debiera considerarse como el único partido nacional de izquierdas. Porque las maneras del partido socialista a duras penas sobrepasan las de los conservadores franquistas cuando gobiernan. Las declaraciones del presidente de gobierno actual en la CNN, en 2019, ante el mundo: el Rey representa” los valores de la II República y Podemos es de extrema izquierda”, son de tan cínica especie y de tan alto nivel de frustración para los partidarios en España de la República -al menos la mitad de su población- que dinamitan toda esperanza de que por conducto de un socialismo engañoso y a menudo grotesco, puedan algún día corregirse las patrañas iniciadas por los franquistas y consentidas por ellos, nada más desaparecido el dictador. El caso es que ese partido impropiamente autodenominado socialista ha renunciado a la República, y da la impresión de que buen número de sus políticos, defendiendo la monarquía hacen carrera y consiguen elevar tanto su status económico como el social.

Cicerón luchó hasta la extenuación para defender la República en la antigua Roma. Antes del dictador Julio César, frente a Julio César y luego  frente al triunvirato, hasta su muerte. La mayoría de los líderes pseudo socialistas han trabajado, primero subrepticiamente y luego con descaro, para apuntalar artificiosamente la monarquía de un monarca vergonzoso que en otro tiempo hubiera sido conducido a la Torre”. Pero no eran ya pocas las maniobras indecentes de este grupo político que dice mirar por la clase trabajadora, cuando tienen lugar tres hechos bochornosos relacionados con miembros suyos. Cuando se empezaba a cuestionar esa prebenda, un economista del psoe, profesor e ideólogo del partido va derecho a la vicepresidencia de una hidroeléctrica privada; abrochando así el instituto de las llamadas puertas giratorias” generado por los dos partidos “únicos”: otro de los nauseabundos privilegios oficiales de la clase política, en medio de tantas desigualdades sociales cuya raíz está en el concepto piramidal del Estado monárquico. Luego, casi inmediatamente, se sabe de la impostura de la Fiscalía del Estado, manejada por el gobierno. La Fiscalía archiva la investigación abierta al miserable rey anterior que, imitando a los monarcas absolutistas de tiempos pasados, abusó durante muchos años de una manera atroz y delictiva de sus prebendas. Lo que le permitió enriquecerse como un bellaco oriental. El tercero de esos hechos es para llorar. El director de rtve justifica pública y nerviosamente la cancelación de un programa de la primera cadena y el relevo del periodista que lo conducía; un periodista de los pocos valientes en España determinado por la verdad sin concesiones. El programa televisivo tenía niveles de audiencia no sólo óptimos, sino al parecer muy por encima de la audiencia de programas competidores de las televisiones privadas. Los ensombrecía. Y en este detalle se desvela la verdadera causa de esa lamentable y artera decisión de suprimir el programa y prescindir del periodista: la presión de los directores de programas de las televisiones privadas que competían con Las cosas claras” de este periodista, para que la rtve lo suprimiese. Como así ha sucedido. Lo que demuestra la calaña, el pelaje, la catadura de una caterva de pesoístas encargados de reforzar todo lo posible la monarquía, la magistratura de los altos tribunales, el establishment en definitiva. Lo que permita a sus políticos mantener el estatus personal, su enriquecimiento, sus gabelas y las jubilaciones escandalosas de sus gobernantes...

Todo ello sin haber importado un adarme a los líderes traicionar los principios republicanos y renunciar a su lucha programática por el igualitarismo máximo posible. Lo que hubiera debido no pasar de un simple ensayo de monarquía moderna” sujeta a condiciones después de morir el dictador, como mal menor del paso de un régimen a otro, ha sido un estrepitoso fracaso, además de lo dicho, por el comportamiento indeseable de un rey elegido por el dictador. Podríamos decir, por todo ello, enmarcado en el indudable ocaso de las ideologías, que en España el socialismo ha muerto. Y no hay ningún otro soporte, a menos que pensemos en el filosófico o el revolucionario, que pueda sustituirlo.

No obstante, lo que son las cosas de la política rastrera, el pueblo español se ha quedado huérfano de ideología verdaderamente socialista y de promotores de la causa republicana. La única esperanza en la progresión social,en la consolidación de la verdadera libertad y en la aminoración de las desigualdades sociales sólo puede ya centrarse en las instituciones de la UE y en los tribunales europeos. Pues al ser la política una mera superestructura cambiante de lo económico, y ser España un país con muy escasos recursos propios al tener virtualmente desmantelado su tejido productivo, ni los conservadores ni los franquistas se libran de la dependencia de España, en lo sustancial, de Europa. Lo que a su vez condicionaría severamente su política. Sospecho que con esa idea, la otra España habrá de contentarse…

 Jaime Richart

13 Octubre 2021

 

La deriva del socialismo español I

  Es célebre la frase de que la culpa de los males del mundo no es tanta la de quienes los cometen como de quienes los consienten. Quiero recordar que es de Einstein. En buena medida de esa culpa trata la siguiente crónica

 El núcleo duro del partido socialista español, no sólo ahora sino a lo largo de las cuatro décadas posteriores a la dictadura, es de la especie de los consentidores. Y sospechar que una de las ra­zones para serlo es la oportunidad de haber ido obteniendo del bipartidismo réditos para sus políticos, por otra parte es razona­ble, Pero en cualquier caso, para un observador ecléctico la de­riva del socialismo español a lo largo de casi medio siglo es muy dramática, Pues su réplica de palabra y de acción frente al rodi­llo del conservadurismo franquista han sido y son excesiva­mente moderadas. Y es dramática, porque los propios próceres de la formación de esta izquierda nominal española se escudan en la realpolitik, es decir, la política condicionada, la política secuestrada por los poderes fácticos; esa barrera infranqueable a la que tan a menudo el primer líder socialista del presente régi­men se refería en el fárrago de sus entrevistas… 

 Los momentos críticos en que se ha puesto de manifiesto la traición, la felonía pasiva, tanto para muchos de sus propios correligionarios como para la República como para el pueblo en general, que consiste en no enfrentarse eficazmente a las amenazas del partido franquista pese a que éste se oculte nada menos en siglas de “lo popular”, han sido y son muchos y muy graves. Cansa enumerarlos. Aún más detallarlos. Pero creo ser suficientemente convincente ciñéndome sólo a unos pocos de esos momentos. Empezamos por que los franquistas, desde el día siguiente al de la desaparición del dictador, controlaron todo y los socialistas, medrosos, se lo permitieron. Así, ya en la mismísima transición, tres años después, desarrollaron lo que los franquistas tenían planeado: Constitución y monarquía incluidas. Lo fundamental. Todo lo que ha venido sucediendo en los cuarenta años siguientes y lo que en cuestión de un par de años van a conseguir, que es adueñarse del poder político, del ejecutivo y del legislativo en términos de mayoría absoluta, obedeció a un perfecto cálculo al que los socialistas no tuvieron el valor suficiente para oponerse. Hemos de reconocer que lo difícil que era oponerse para estos era muy fácil para los otros.

 Los franquistas contaban con la cooperación de la justicia. A fin de cuentas no hubo ninguna clase de depuración, ni siquiera “cursillos democráticos” por los que los jueces hubieran debido pasar. La justicia seguía inevitablemente en manos de los mismos funcionarios de la dictadura, todos hijos del franquismo tardío. Su mentalidad deformada por el franquismo inservible para una democracia, fue y sigue siendo determinante. Pero es que casi al mismo tiempo de esta escena estaba desarrollándose otra en un primer plano: la de una fenomenología en cierto modo inesperada, que facilitaba a los franquistas sus maniobras. Y esa escena era que el psoe y sus líderes sucesivos habían empezado, ya desde Suresnes y así seguirían, a mutar drásticamente los principios fundacionales del socialismo. Esa “actualización”, esa “socialdemocracia” en que se trocó el socialismo, ese mimetismo de los principios, habida cuenta las circunstancias mencionadas, ni podían ni pueden interpretarse sino como una claudicación, como un abandono de la preocupación efectiva del partido por la clase trabajadora. En todo caso la clase trabajadora se ha ido resintiendo de ello cada día más…

 Si entonces, en 1978, hubiera sido peligroso no hacer las cosas como dispusieron los franquistas, y por lo tanto puede disculparse que no forzasen los socialistas la convocatoria de un referéndum para dar a elegir al pueblo español entre monarquía y república, no se puede explicar y menos justificar que: tampoco se haya intentado siquiera convocarlo a lo largo de cuarenta y tres años. Esa responsabilidad, esa culpa por omisión, pasividad, pusilanimidad o villanía son rotundamente del partido socialista español, del que han caído con estrépito dos letras de las cuatro que componen su sigla.

 Paso por alto los incumplimientos de las vocingleras promesas de González y de su progresiva corrupción ideológica, con todas las consecuencias que ello ha traído hasta hoy. A finales de los años setenta apareció en el titular de un periódico una frase suya frente a la que me froté los ojos,: “Prefiero la inseguridad en el metro de Nueva York a la seguridad en el metro de Moscú”. No pude dar crédito pues era una declaración de principios que hacía temer lo que luego realmente ha sucedido: permitir el socialismo, disfrazado de socialdemocracia y bajo el paraguas de la realpolitik, ya institucionalizada, su virtual sodomización por la ramera neoliberal. Se cumplía así el miserable pronóstico, en realidad un consejo, de Willy Brandt: “quien a los veinte años no es revolucionario no tiene corazón, y quien a los sesenta no es conservador no tiene cabeza”.

 González no tenía todavía 60, pero tampoco inconveniente en anticiparse y hacer caso a su amigo y mentor alemán. El caso es que el enriquecimiento personal de este personaje, su reparto de poder a través del bipartidismo y su alianza práctica con los neoliberales ultramontanos, su cinismo y su injerencia en la acción política de sus sucesores, todo cuanto ha salido de su boca, ha funcionado como una bomba de relojería que ha ido minando más y más las débiles posibilidades de prosperar en España la esperanza en la República. No sólo eso, que ya es bastante, sino tampoco la esperanza en un pensamiento, una política y un sentido interpretativo de la ley acordes con el espíritu de la Unión Europea; lo que hubiera detenido la progresión de las filas conservadoras, franquistas y fascistas.

Jaime Richart
12 Octubre 2021

 

sábado, 9 de octubre de 2021

Einstein y la España política

 La importancia de todo hecho histórico, político o no, depende en buena medida del tiempo del verbo en que se conjugue. No es el pretérito. Es el gerundio, el que más impacto causa. Pues la noticia no se refiere siquiera a hechos prescritos, si no a hechos continuados delictivos durante tres o cuatro décadas del rey anterior. El pueblo los ha vivido pero, aun ignorante de ellos durante ese largo periodo, termina conociendo en el tramo final los pormenores de los delitos. Pero si, después de haberse ido aquellos desvelando, la noticia definitiva es que ni siquiera van a ser investigados pese a las innumerables pruebas porque así lo ha decidido la Fiscalía, la noticia van perdiendo fuerza hasta hacerse irrelevante y los hechos, por muy graves que sean, quedan en nada. No puede haber mayor afrenta, nada tan oprobioso e indignante para el pueblo. Pues bien, esto es lo que ha ocurrido en España. 

 Los hechos delictivos son una serie de actos de felonía, de deslealtad, de infidelidad y de indignidad a lo largo prácticamente de las cuatro décadas de una democracia de la que apenas le queda el nombre, de un personaje al que se presentó miserablemente como clave de la Transición. Sin embargo, de todos sus actos horrendos no se derivan consecuencias: no hay esperanzas de castigo. En estas condiciones, muchos hubieran preferido no saber lo que hizo. Pues al no proceder la justicia, siendo así que la justicia y la ley son los pilares del Estado de acuerdo al sentir del pueblo y al sentido común, por si fuese poca la afrenta cometida, la propia justicia la comete también y se suma al oprobio. Este es el caso de un monarca que nunca mereció ni debió serlo. Y no debió serlo, no sólo porque no ha sido elegido por el pueblo -ningún rey lo es-, sino porque, para ese menester, fue elegido justo, hasta que se descubrió al infame, por el histórico más indigno de los españoles de los dos últimos siglos: el dictador. 

 La “noticia” es un cúmulo de artimañas y traiciones al pueblo por parte del rey español que ya no lo es. La Fiscalía archiva los resultados de la investigación de sus conductas tramposas y sus evasiones fiscales. Pero es que del otro lado, un 29 de Setiembre de 2019,el actual presidente del gobierno sorprende a todos en la CNN con este par de asombrosas declaraciones: “el Rey “representa” los valores de la II República y Podemos es de extrema izquierda”. No se refería al actual rey, pero ese villano renegar de la República le convirtió desde aquel mismo instante en otro cómplice más de una larga cadena de afrentas al pueblo desde que la dictadura se transformó en un remedo de democracia.

De modo que, si a las andanzas de un rey inmoral durante todo su reinado (40 años, los mismos que la dictadura), sumamos el archivo por la Fiscalía de los delitos investigados del indigno monarca, y a ello sumamos la pasividad y el conformismo de una izquierda postiza que ilumina el corrompido espíritu de lo que un día fue el socialismo identificado con las masas sociales oprimidas, la progresión de la derecha y de la ultraderecha en España, ambas jalonadas por la propaganda gratuita de los medios de comunicación, será imparable. Porque la pujanza de esquizoides que razonan con las vísceras pero adormecen más tanta conciencia dormida, bastará para culminar la maniobra ignominiosa urdida desde el principio por los franquistas en 1978. Y llegarán al poder. Pues ¿se puede dudar del resultado? ¿cree alguien que es posible que un socialismo desfigurado, sin fuerza, desvinculado del marxismo, podrá con un franquismo neoliberal dispuesto a barrer lo conseguido con tanto esfuerzo por la izquierda en estas cuatro décadas? ¿cree alguien que, dentro de un bienio, no será el franquismo con ribetes democráticos lo que espera a esta España destartalada, resquebrajada, preparada por los predecesores de estos vándalos franquistas desde 1978? 

 No creo que interesen los pronósticos de optimistas y milagreros. Así es que, si aparte de estas eventuales ingenuidades, alguien ve otra salida, dígalo… o calle para siempre. Pero no olvidemos a Einstein: “Todos somos ignorantes. Lo que ocurre es que no todos ignoramos las mismas  cosas"... Porque quienes en la transición estábamos en la plenitud de nuestras vidas, nada hubo que escapase a nuestra observación desde el bando de quienes, sin ser propia y necesariamente perdedores de la guerra civil, ya éramos librepensadores. Y como ya lo éramos, no nos dejamos impresionar por las malas artes de aquellos titiriteros herederos directos de la ideología franquista que, por lo que hemos ido viendo a lo largo de 40 años, han contado con la valiosa cooperación desvergonzada de los altos magistrados de la justicia y la repulsiva pusilanimidad de la izquierda moderada; malas artes que, sin pausa, vienen desarrollándose desde el principio del tiempo “democrático”, y han llegado hasta ayer. 

Jaime Richart
9 Octubre 2021


 

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domingo, 3 de octubre de 2021

Apología de la República

  Una guerra civil, una dictadura de 40 años y la voluntad del dictador proyectada después de muerto sobre otros 43 años han barrido de la faz de la tierra española la idea republicana. Pero la culpa de esa ignominia no acaba con esos dos datos históricos. El periodismo posterior ha contribuido poderosamente a acabar de sepultarla. Un Grupo Editorial cuyo epicentro está en ese periódico monárquico y ultraconservador fundado en 1903, apoya y refuerza con uñas y dientes desde entonces a la monarquía. Sin embargo, tras la muerte del dictador y hasta hoy, no ha aparecido periódico ni medio audiovisual alguno que defienda la opción republicana. Los únicos vestigios republicanos palpitan entre los bastidores de las Redes Sociales. No sorprende demasiado este hecho si se tienen presentes todos los antecedentes. El principal es la perplejidad, más bien bloqueo mental, de por lo menos la mitad de la población española que soñaba con la República tras la muerte del dictador,  ante la jugada maestra de los franquistas que cocinaron la Transición e incluía la restauración inducida de la monarquía.

 A la población se le obligó técnicamente a través de la treta a olvidar la tentación de la República como la forma de estado más adecuada para los tiempos que se vivían en el último tercio del siglo XX. No hubo oportunidad alguna de recordar la malograda, por una guerra civil, Segunda República que, en el corto espacio de 8 años puso en marcha una serie de proyectos e iniciativas de toda clase, principalmente educativos, culturales y de ingeniería, que, de haber continuado, hubiera situado en todos los sentidos ahora a España, a niveles de otro planeta.

 La historia de la España de los últimos 86 años es la historia de una sucesión de disparates sólo tolerados en los últimos 43 por ciudadanos “tocados”. Al final, por una población muy desigual en la que, como en las tribus africanas hasta no hace mucho, un clan o un grupo de clanes se adueñaron del poder. No hay nada capaz de justificar ahora la monarquía. No obstante, quizá hubiera sido, aunque manipulada, una solución. Sólo hubiera podido tolerarse la monarquía después de la dictadura si el monarca hubiese sido impecable. Pero es que después de haber incrustado en España la monarquía de mala manera, la conducta del monarca anterior elegido por el dictador para ocupar tan alta responsabilidad y en línea con los de su dinastía, durante los años que permaneció en ese puesto hasta que abdicó fue tan indeseable que se hace incomprensible que el pueblo español haya consentido en pleno siglo XXI tanto tejemaneje de laboratorio social y político. Pues los comportamientos deleznables y villanos propios de auténtico bellaco de esa persona comienzan con una conducta deplorable hacia su consorte. A la que siguen, la tremendamente abusiva de sus privilegios y la delictiva fiscal combinada con un sinnúmero de trapisondas y chanchullos. Todo lo que, a los ojos del presente y de la Historia, le presenta como el mayor miserable e indigno de la a priori digna misión que le asignó el tirano, su mentor…

 Ocho años dura la Segunda República. En 1939 estalla una guerra civil. La gana el bando anti republicano. A ella sigue una dictadura de 40 años. Y en el tránsito de ésta al nebuloso régimen actual que quiere parecerse a una democracia cualquiera, reaparece la monarquía incrustada en una Constitución redactada virtualmente por los descendientes y albaceas políticos testamentarios del dictador muerto, inmediatamente aprobada por el pueblo español bajo una enorme presión. Amenazado por el clima que se respiraba entonces de un más que probable nuevo golpe de estado, el pueblo acude frenético de impaciencia a las urnas a firmar cualquier cosa que le hubieran puesto delante. Y esa cosa fue la Constitución vigente que ni siquiera aprobó el partido que ahora con tanto denuedo defiende. De los 16 diputados de Alianza Popular, el espíritu puro del franquismo, ocho votaron a favor, cinco en contra y tres se abstuvieron. Pero eso fue quizá la primera artimaña después del ambiente psicológico citado de la amenaza de un golpe; una añagaza más, muy calculada para no dar la impresión los autores del texto que estaban de acuerdo con lo que ellos mismos habían precocinado. Después, con un cuerpo judicial de procedencia virtualmente franquista, esta democracia ha ido tirando malamente hasta ayer. A lo largo de los 43 años posteriores a la dictadura, la vida en España ordinariamente ha estado sumamente agitada o convulsa. Siempre al borde de un estallido. Han sido numerosos los sucesos sociales, políticos, territoriales, económicos, judiciales y policiales graves y muy graves en buena medida a consecuencia de las muchas distorsiones que a que da lugar la interpretación y aplicación del texto constitucional. Pero también  ha contribuido a ello poderosamente tanto la hostilidad de los descendientes de los vencedores hacia una verdadera reconciliación como la excesiva benevolencia rayana en pusilanimidad de quienes en el arranque de la nueva era en 1978, se postularon como  campeones de la progresía republicana. 

  ¿Acaso por todo esto hemos de deducir que la población española es monárquica? Ni mucho menos. En la historia de los dos últimos siglos España ha pasado por dos periodos republicanos, desgraciadamente breves, que acabaron en una guerra civil cuya onda expansiva llega hasta hoy. En Europa, las naciones en las que se mantiene la monarquía después de la Segunda Gran Guerra no han sufrido significativamente a cuenta de ella. No se conocen crisis propiamente “monárquicas”, aunque los componentes de la Corona dejen a veces mucho que desear en asuntos estrictamente personales, generalmente amatorios. Pero en España la monarquía puede decirse sin temor a equivocarnos, que ha fracasado aunque a demasiados no les importe que se arrastre. Y a las naciones donde la República es la forma de Estado ni se les ocurre volver a la monarquía. El último país europeo que, en 1973 y por decisión popular dio una patada al monarca es Grecia. Sin embargo España, a pesar del paso de los siglos no se cansa de cambiar, aunque siempre a peor. España, siempre diferente, es el único país europeo donde, en virtud de tres piruetas históricas se restaura la monarquía en pleno siglo XX: una guerra, una dictadura que dura cuarenta años, y la voluntad del dictador después de muerto hacen el “milagro”. Estos tres factores surten efecto entre sus partidarios y albaceas políticos testamentarios en quienes se había apoyado y redactan la Constitución vigente a la medida de aquella voluntad, reapareciendo otro monarca preparado al efecto por el tirano. Con esas tres piruetas y miles de jueces provenientes de la dictadura, España se encuentra de pronto sumida de nuevo en esa forma de Estado que creía superada... No importa que las distinciones artificiales y la discriminación que por sí misma generan la monarquía, sobre todo en sociedades poco evolucionadas, como la española, son repulsivas para una ciudadanía que aspira a la plenitud de derechos y a la mayor igualdad posible como punto de partida. La monarquía en España, confundiéndola deliberadamente con la excelencia automática, blinda los privilegios de los privilegiados por su estatuto social, económico y de clase que vegetan desde tiempo inmemorial.

 Empezamos por que quienes en absoluto somos idólatras, sólo en una República nos sentimos verdaderamente libres e iguales. No hay nadie digno de adorar ni nadie a priori digno de respeto. La dignidad emana de la persona, no del cargo. La responsabilidad inherente al cargo no otorga necesariamente a la persona que lo ostenta más derechos ni honores que los justos recogidos en el estatuto del cargo. Por acercarse a este paradigma y como gesto simbólico de que lo tienen en cuenta, a los familiares de los monarcas en otros países se les ve con frecuencia en bicicleta. Por otro lado, ¿qué puede explicar en estos tiempos el gusto por la reverencia y por la inclinación ante otro ser humano sino la debilidad de su carácter? La República, por sí sola, enaltece al ciudadano el concepto de ciudadanía.

 Por ello, la monarquía no puede ni debe prevalecer. Sin embargo, y esto es lo sorprendente, ningún asomo de propósito de derogación, ni siquiera reformador de la Constitución. Ninguna respuesta, en medio de una vida pública manifiestamente confusa y turbulenta, a quienes piden a gritos un referéndum Monarquía-República que dilucide para siempre el verdadero sentir mayoritario del pueblo español sobre la forma del Estado español. Ningún atisbo siquiera, mientras todo gira con un vértigo que parece indudablemente inoculado y deliberado, de que republicanos acaudalados se decidan a efectuar el lanzamiento de un periódico o de otro medio audiovisual de alcance nacional que hagan apostolado en favor de la república. Sin embargo, tengámoslo por seguro, tarde o temprano la República caerá como fruta madura del árbol de la vida, en España… 

 Jaime Richart

1 Octubre 2021