Creo más en el homo
faber, el que fabrica, que en el homo sapiens, el que sabe, o cree
saber. Creo débilmente en el que sabe, o
cree saber, sin margen para la duda, ése que sabe de una teoría llevada a la
práctica de una construcción social, como son todas las profesiones y
actividades que no se traducen en algo material, físico o tangible. Me cuesta
creer en ese que se empeña en llevar una
teoría sólo demostrable dentro de ella frente a quien está predispuesto a
aceptarla como tesis y no como hipótesis, pero virtualmente indemostrable en la
práctica.
En mi consideración el experto verdadero es, exclusivamente, quien dibuja, quien esculpe, quien
maneja una grúa, quien hace un puente, quien conduce un coche, el cirujano, el albañil, quien
sabe tricotar… el homo faber; todo aquel capaz de hacer algo tangible y
en su materia se le puede considerar experto, es decir, maestro. El homo
sapiens, cada día me inspira menos confianza. Entre otros motivos porque
aceleradamente va abandonando el repertorio de cualidades humanas del instinto,
de la intuición, del ingenio y de la imaginación propias del homo faber,
a la máquina y a la inteligencia artificial en las que ya cree más que en sí
mismo y se conduce conforme a esa su creencia.
Hay muchas señales
de la mutaciones para mal del homo sapiens acumuladas a partir de la
Segunda Guerra Mundial y en España de su guerra civil. Pero pasando por alto
cuarenta años en que se incubaba su progresiva estolidez, en estos tiempos
recientes saturados de noticias, últimamente, por unas razones o por otras, los
medios traen constantemente al primer plano de la actualidad y de la
información a los expertos. Los medios, los periodistas, otros expertos, que en
materias intangibles sólo considero “versados en”, en este caso “la noticia”,
ponen el foco sobre aquellos. Los expertos… esos de los que el psiquiatra
anglosajón Frederic J. Hacker dice que "son
aquellos que cada vez saben más sobre menos cosas, hasta que terminan sabiéndolo todo sobre nada". Esos, digo yo, que se
retroalimentan a sí mismos como expertos y alimentan su importancia a la hora
decidir en un problema, personal o no, por encima de cualquier otra capacidad
humana de un no experto.
Nos abrumaron con
el dictamen, que no en este caso el parecer, de los expertos en el episodio del
virus de moda, que situaban en la “comunidad científica”, el centro de la
verdad, cuando era notorio que dicha comunidad estaba dividida aunque
prevaleciese en la práctica un criterio. En todo caso hoy día se llama ciencia
a cualquier cosa: “ciencias políticas” o “ciencias de la información” son dos
ejemplos. Ahora se habla incluso de “comunidad científica de financieros”. ¿Qué
clase de “ciencia” encierran esas especialidades que respondan a los principios
y metodología de lo que hasta ayer ciencia era “sólo” un conjunto de conocimientos relativos a las exactas, a las físicas, a las químicas y a las naturales? ¿A
qué obedece ese subidón de nivel en materias tan resbaladizas, tan imprecisas y
tan cenagosas como son el periodismo, la política, las finanzas y los asuntos
de la sociedad?
Ahora, con ocasión del estallido del volcán de La Palma,
vuelven a hacer acto de presencia los expertos. Menos mal que si en el asunto
de la pandemia el poder político plasmó al completo el potencial de la biología
y de la epidemiología en prescripciones por decreto, en el caso de la erupción
de la isla de La Palma los expertos son mucho más prudentes. Han de serlo,
porque mientras al virus nadie lo ve ni lo vio e incluso era indiferente verlo
o no verlo, la erupción, la lava, la ceniza y los fatales efectos de los tres a
la vista del mundo, y la incertidumbre les obliga a no pasar de estimaciones
basadas en su ciencia, si, pero sobre todo en lo contingente de lo que va
sucediendo a ojos vista. Actitud que de ningún modo necesitaron adoptar los
expertos de la tanda precedente en materia de salud. Los del volcán van
comprobando sobre la marcha lo arriesgado que es un vaticinio… La naturaleza,
tan viva y descarnada, supera cualquier esquema previo sobre semejante y
grandiosa fenomenología. Por eso, a diferencia de los tajantes mensajes
lanzados por los expertos y sus acólitos, los políticos, durante la pandemia,
en este caso de La Palma el experto describe la acción posible de lo que no se
ve y en lo demás hace conjeturas. Algo que, casi está al alcance del profano
terriblemente afectada su vida, presente en la escena del fenómeno telúrico.
Pues una cosa es que el experto sea un estudioso y conozca el comportamiento
aproximado de toda clase de volcanes, y otra que deba esperarse de él un
pronóstico tras otro sin un amplio margen de error. Y, por lo que se va viendo,
en vulcanología la predicción v está muy cerca de la adivinanza.
Así es que cuando no son los epidemiólogos y sus socios,
los políticos, son los vulcanólogos y los sismólogos, y cuando no, los médicos,
los politólogos, los juristas, los periodistas… Y adiós así, al sentido natural
de las cosas, de los hechos y de los desastres naturales. Y con ello, adiós
también al sentido de la salud propia, al sentido de lo justo y de lo injusto…
Ahora tenemos hambre o sed, sólo si lo dice un manual de autoayuda.
Y con esto no
quiero decir que esté en contra de los expertos en materias volátiles,
construcciones sociales, como el derecho, la política, el periodismo, incluso
la medicina no quirúrgica, etc, oficialmente reconocidos como tales. Ellos en
realidad no tienen toda la culpa de la desconfianza que me inspiran. Como
tampoco la tiene el científico verdadero, del nervioso afán de los periodistas,
de los medios y de la masa en general de que aquellos den a todo respuesta
concluyente que los verdaderos científicos por principio nunca pueden dar. Pues
el experto, por saber mucho sabe también lo mucho que ignora. Pero la sociedad post moderna,
soporta muy mal la duda, la incertidumbre. El individuo común no resiste la
idea de que no se le dé respuesta a todo lo que le agobia. No soporta no saber
el ¿por qué he enfermado?, ¿por qué ha
estallado el volcán? ¿cuánto tardará la lava de desembocar en la mar?, ¿por qué
soy pobre y mi vecino rico? El individuo de hoy busca denodadamente relacionar
el efecto con su causa. Dije que el individuo de la sociedad post moderna
confía más en el experto que en sí mismo. Sin embargo, pese a ello, lo esconde,
lo escabulle mostrando su “saber” sobre el de los demás. No sé si la educación
también, pero desde luego sí sé que los medios precisamente son los que tienen
mucha culpa de todo esto. Cuando hablo de construcción social les incluyo
también a ellos como los principales fabricantes de “realidad”. Ellos son los
más efectivos “educadores” de la multitud. Y en cuanto a los expertos, y para
terminar, son consecuencia de la especialidad. En definitiva, los
especializados en materias cada vez más troceadas. Pero eso es lo que me hace
desconfiar, porque cuanto más saben, creen saber, de una cosa, y más celo
ponen, menos prudentes me parecen y más se alejan de la visión panorámica,
general y holística de la realidad…
Jaime Richart
28 Setiembre 2021