domingo, 13 de febrero de 2022

La sociedad como zoológico

 Es posible que a la hora de hacer estos juicios de valor, mi edad sea determinante. Pero no cambiarán mucho las cosas por el hecho de subestimarla. La refutación sólo habrá de venir por argumentos en línea con lo enseñado y aprendido bajo la enseñanza básica y superior en sumisión, en línea con la metodología del aprendizaje. Al final, la autonomía de la voluntad personal decidirá. Pero si se refuta será por la principia petitio, petición de principio, es decir, dar por demostrado en las premisas del silogismo precisamente lo que se pretende probar. Una clásica petición de principio de primaria era: para ser verdadera una Iglesia, ha de ser universal. Es así que la Iglesia católica es universal, luego es verdadera. En el presente caso la afirmación de que la sociedad es un zoológico, como decía, no puede refutarse salvo a través del prejuicio de la enseñanza y la metodología. Porque siendo como es el ser humano un animal racional, no debiera haber reparos en poner todo el énfasis en su naturaleza animal, considerando la racional esclava de ella. 

 Permítaseme a este propósito de la falacia petición de principio, la siguiente digresión sobre algo que ha estado en boga durante dos años en las esferas del periodismo y de la comunicación españoles sobre la vicisitud sanitaria del siglo: la pandemia. Las noticias sobre los sucesivos efectos del virus y sus remedios, los sueros, se han basado en dos locuciones que han de haber revuelto el estómago del orbe científico, y de ser repulsiva para toda persona despierta. Una es “evidencia científica”. La otra es “comunidad científica”. Dos estribillos que a todas luces pretenden anestesiar al oyente, pese a que su único fundamento estriba en la credibilidad que le preste quien los escucha, al medio y al periodista que difunden la noticia, Pues la “evidencia científica” se pondera sólo en el laboratorio, pero no se proclama como un descubrimiento dogmático o un remedio repentino solo para tranquilizar al personal. Y la “comunidad científica” es un ente sin sede, está repartida por todo el planeta y es demasiado amplia como para que toda ella esté de acuerdo en todo respecto a un repentino avatar que ha superado al zoo, sea natural o intencionado.

 El ser humano, según las categorías aristotélicas y el sentido común, es más que el animal. De acuerdo. Pero cada día que pasa, a medida que voy acercándome poco a poco al fin de mi propia vida voy también cambiando mi óptica y regulo la lente de observación para examinar cada vez a más distancia cuanto sucede en la sociedad, en el zoo. De modo que mi visión del ser humano en particular y de la sociedad humana, el zoo, se va haciendo cada vez más borrosa en detalles a los que no presto atención porque no ofrecen novedad al ser siempre invariables.   Ilumino exclusivamente los relieves. Y entonces advierto cada vez en ambos, más rasgos de irracionalidad que de racionalidad. Si bien la presumo en individuos aislados que han contribuido a mejorar nuestra vida, absolutamente desconocidos.

 Que todo me parezca previsible, que preste cada vez más atención a que la historia es cíclica, que todo se repite en cuanto al hecho principal y la mayoría de las circunstancias que lo rodean no es tanto debido a mi erudición, que también, como a a mi carácter y a la experiencia. Pues, sin pertenecer a la naturaleza del augurio ni tampoco de la adivinanza, resulta fácil prever el futuro, lo que va a ocurrir a partir de una noticia de alcance, con un margen de error relativamente estrecho. En la mayoría de los casos, es tan fácil como saber el número que debe ocupar el espacio en blanco de una secuencia numérica para párvulos. Es más, las excepciones en el mundo animal son muchos más frecuentes que en la sociedad humana. La sociedad humana se reitera hasta la saciedad.

Por ejemplo, aun necesaria, la política es una simple competición miserable de engaños. Y en algunas sociedades, como la española, los políticos ni siquiera la amenizan con ironía o con humor en las sesiones parlamentarias.  Y la astucia, que es un artificio para engañar o para evitar el engaño, propio de la política, es entre los españoles demasiado burda o tosca como para que, al menos la ciudadanía despierta no descubra enseguida la maniobra. No se da la sorpresa. Es inaudita.

 Y dentro ya de la racionalidad y de la previsibilidad es preciso destacar que es imposible cambiar la realidad ideológica, jurí­dica o política, pues el capitalismo reproduce métodos de produc­ción que vician la ideología. La patronal se opone al  sala­rio básico anunciado, y pese a ello el Congreso intenta una ley. Consiguiendo su promulgación se altera la realidad política y jurídica, pero sin la voluntad de cumplirla no se produce ningún efecto. El sistema sancionador no es la solución.

 El nivel de una democracia se calcula por el hecho de que toda la ciudadanía esté relativamente insatisfecha. En España media sociedad está absolutamente insatisfecha, mientras la otra mitad rebosa de satisfacción. Pésima señal. Entre los que están satisfe­chos son estos de la patronal y en general quienes pagan salarios miserables. Por eso no sólo no ayudan, es que son un lastre que merecen los peores deseos.

 Y es que las infraestructuras, a las que pertenece el mundo labo­ral, influyen sobre las superestructuras cuyos principales actores son los gobiernos. Es decir, dependiendo de cómo se organice la sociedad para producir los bienes que necesita para vivir, así se construye su marco jurídico, político e ideológico. Pero no es posible desde la política en el capitalismo modificar los princi­pios reguladores. Es preciso modificar la mentalidad de los agen­tes de las infraestructuras para que los de la superestructura puedan regular a la sociedad. En España apenas pueden hacer algo los agentes de la superestructura para cambiar, no ya las relaciones de producción sino, lo que es más grave, la mentali­dad que respecto a Europa es asquerosamente obsoleta, y la animali­dad social y políticamente hablando sigue superando con creces a la racionalidad…

Jaime Richart

13 Febrero 2022                                                                                        

 

 

miércoles, 9 de febrero de 2022

UnUna nación desvertebrada

 He bebido en las fuentes de Ortega y Gasset desde edad intelectivamente muy temprana. La “España invertebrada” fue para mí una obra de cabecera a medida que iban desfilando a lo largo de los años todos los fenómenos sociales y de psicología social durante la dictadura. Pero también después, a partir de la construcción en falso de los cimientos del nuevo régimen allá por los años 1978. Sin embargo creo que algunas ideas de Ortega, no la de los “errores y abusos políticos” que le parecen poco interesantes y considera un error darle demasiada importancia en la patología nacional, sino la del “particularismo”, que tiene una expresión tanto política (con los movimientos separatistas catalán y vasco) como social (con la especialización de los gremios y las profesiones), en cierto modo está superada. Pues ese “particularismo” es efecto y no causa de la desmembración real. Los “particularismos” lo son por estar siempre adosados a la fuerza, nunca soldados. Euzkadi y Catalunya no son causa de la desvertebración. Siempre tratadas por el poder político, el judicial y por supuesto el militar, como territorios enemigos o a punto de serlo, esa clase de particularismo, como lo llama Ortega, es uno de los principales efectos de la desvertebración. Pues al no sentirse nunca comprendidos para formar parte de un todo, ni queridos, esos territorios se han sentido maltratados, y al considerarse autosuficientes para gobernarse por sí mismos, han deseado siempre desvincularse de quienes ven en ellos a sus opresores. Lo mismo que el hijo o la hija no deseados de familia necesitan emanciparse, salir de la familia porque se sienten capacitados para vivir independientes…

 Desde entonces, lo que por dentro hemos aprendido, leído y oído, y lo que seguimos leyendo y oyendo hasta hoy mismo de España, al margen de las reflexiones orteguianas, ha sido y siempre es, un relato tosco, paleto, cutre, grandilocuente, endogámico y pueblerino en el sentido más despectivo de la palabra. Todo cuanto se relata, por dentro, de lo español, del español, de la sociedad española y de su historia es antipático, sombrío, truculento, falseado constantemente. Quizá por eso, pocas cosas de España despiertan la simpatía del extranjero, salvo su naturaleza y la afabilidad del pueblo.

 Andando el tiempo, todo ello me ha parecido que debiera atribuirse al hecho de que la historia de la sociedad no da saltos ni presenta otros atajos en su evolución que las guerras entre naciones, en las que precisamente España no entró desde el siglo XVII. Pero no las guerras civiles; esas que, como la española, provocan es una involución difícilmente reparable. Desde donde mejor se divisa la verdadera imagen de España es desde América Latina. Desde allí, se advierte con más nitidez sus pasadas conquistas y genocidios, la interpretación sesgada del cristianismo que vomitó una aberración: la Inquisición; la hegemonía de ricos y potentados sobres los demás, descaradamente siempre fomentada por la jerarquía del cristianismo miserable; una dictadura de 40 años y ese no participar España en las dos guerras mundiales, termina todo proyectando hacia el exterior una imagen de España de constante atraso en lo social, en lo político y en lo moral, respecto a los países europeos. Todo lo que hace siempre imposible el pacto social, es decir, la compactación de la sociedad española girando alrededor de un eje diamantino celebrado por todos, porque no existe. Al decir de Mommsen que razona sobre la Roma eterna, el vacío de ese eje es la falta de un dogma nacional, un proyecto sugestivo de vida en común”, como en Francia es la República.

 Algo que se explica fácilmente por la eterna y proverbial erótica del poder allá donde se instala, pero también por el miedo sostenido de una sociedad mucho más acostumbrada a la opresión que a la libertad. Hasta tal punto me parece que esto es así, que la sociedad española nunca acabará de vivir en verdadera paz. El odio más o menos soterrado o a la luz del día la socava en ambas direcciones de manera permanente.

 Ya sabemos que España y sus nacionalidades, reconocidas o no institucionalmente, son ricas y atractivas en muchos aspectos, principalmente en el de la visita o la permanencia de estancias más o menos largas (a lo que nos apuntaríamos todos). Lo que sí en cambio nunca deja de ser actual es el odio a los mejores y la escasez de estos. He aquí la razón verdadera del gran fracaso hispánico. El caso es que la impresión general que a distancia ha de producir España a los habitantes de otras naciones es la de una nación condenada al atraso; el atraso en cuanto a la imprescindible sintonía o empatía de la población entre sí, trascendiendo ideologías políticas y religiones, para convivir en una nación reconocible como respetable por el mundo entero.

 Jaime Richart

6 Febrero 2022

 

 

 

sábado, 5 de febrero de 2022

Vayamos preparándonos…

 Con un sentido de la realidad no contaminado por factores ajenos a dicho sentido, como la ilusión, el miedo, el deseo o el ansia debemos prepararnos para un gobierno franquista con mayoría absoluta en las próximas elecciones generales. Convendrá ir tomando posiciones…

 La inteligencia no está, ni estará más adelante, en tratar por todos los medios de evitarlo por vías regulares o clásicas de tiempos electorales, como la propaganda y las campañas. Ya está escrito. En árabe, maktub. Y no habrá ningún modo de evitarlo, porque ya, desde ese periodo que llamaron transición modélica” de los años 1978, empezaron a prepararse los candidatos” en aquella y sucesivas fases sin tener entonces la precisa idea de quienes serían los protagonistas. Lo importante entonces era propulsar la ideología franquista de manera progresiva y madurándola poco a poco. Mientras tanto las facciones del franquismo moderado representado por los conservadores” de la derecha, que necesitaban por supuesto a Europa, a la CE y sus ayudas (aunque las directivas de ésta se las hayan pasado sistemáticamente por el forro) hacían su agosto, expoliando al gusto las arcas públicas a lo largo de los veinte o treinta años siguientes.

 Clave de este proceso, que ya desde el día siguiente era de fácil vaticinio, eran los siguientes datos: 1 mismo ejército, 2 mismos cuerpos policiales, 3 mismo cuerpo judicial. Ninguno de los tres estamentos, y principalmente este último, pasaron por una especie de PCR ideológica que acreditase su mentalidad democrática. Todos eran hijos, nietos o familiares de jueces, y así ha seguido hasta ayer. Los pocos que entraron sin esos antecedentes y han tratado de desmarcarse en sus sentencias del espíritu autoritario y autoritarista tomándose en serio la Constitución y en general el espíritu de la ley, tarde o temprano han sido expulsados, apartados o relegados de la judicatura. Pues el cuerpo judicial, clave de todo sistema sociopolítico, no fue depurado. Ni tampoco pasó por un proceso intensivo de democratización que invitase a abandonar ese espíritu franquista de la una, grande y libre que durante 40 años había calado a la fuerza hasta los huesos, en todos aquellos que ostentaban alguna clase de poder. Y nadie más que los jueces lo tenían, y lo tienen en España, pues sin prácticamente, tanto entonces como ahora, vitalicios.

 Por otra parte, el periodismo no ha contribuido en absoluto a la democratización. Se ha limitado a vigilar que se mantuviese a ultranza el bipartidismo arremetiendo contra todo conato de radicalismo de izquierdas que lo socavase. En estas condiciones ¿cómo podía esperarse algo distinto de lo que ha venido sucediendo y sucederá? Por eso hablaba al principio acerca de la facilidad del vaticinio, vista la estrategia o la trama, tras la muerte del dictador desde el principio hasta hoy.

 Esta visión o percepción del sombrío panorama general lo mantuve desde la mañana en que se aprobó la Constitución hasta la irrupción de un nuevo partido político dispuesto a corregir o a desviar por el camino correcto a quienes se habían manifestado como progresistas a ultranza, pero apenas materializaron en treinta años otra progresía que la de la inercia de los tiempos y la adhesión de España a la Comunidad Económica Europea. Pero en cuanto reparé en la suerte que le esperaba a ese partido emergente y auténticamente socializante; en cuanto presencié la reacción del periodismo dominante, regresé a los cuarteles de invierno y del más patético desencanto que se pueda imaginar…

 Todo ello explica en buena medida lo que ha ido sucediendo año tras año. La derecha, y luego cuando ya se ha incorporado sin tapujos la ultraderecha, no han hecho otra cosa desde 1978 que recurrir a los tribunales toda ley, todo decreto, toda norma, desde el día siguiente cuando la izquierda nominal se alternaba con ella. Pues tenía la certeza de que, por el mismo conservadurismo franquista que compartían con los demandantes o recurrentes, les iban a salir bien sus demandas y recursos. Sobre todo en los asuntos cruciales. Como crucial fue y sigue siendo el procès catalán, o la benevolencia de la justicia con los ladrones o los prevaricadores de la derecha.

 Ahora la derecha sigue al parecer por delante de la ultraderecha. Pero incluso en Europa los vientos soplan a favor de ésta. Sus correligionarios no tienen prisa. Y de acuerdo con la paciencia técnica, ésa que supuso esperar el momento oportuno a hacerse “necesarios” por su determinación militarista, en menos de dos años los vamos a tener en la Moncloa en sus dos versiones del franquismo, el de los franquistas moderados y el de los franquistas emparentados con el fascismo y el nazismo…

 Jaime Richart

 2 Febrero 2022