miércoles, 22 de septiembre de 2021

Breve historia reciente de España para la siguiente generación

 La generación post franquista en España es la hacedora de lo que nos encontramos ahora, 43 años después. Pero era también franquista. Una generación que cuando, ya madura irrumpió en la nueva sociedad, venía disfrutando de una vida muelle y, a diferencia de las dos precedentes, la de sus padres y sus abuelos, carecía de los elementos comparativos de un antes y un después de la guerra civil que no había vivido. No podía por consiguiente sopesar y valorar ni lo que poseía, ni lo que pensaba, ni lo que sentía en términos políticos, ni siquiera quizá sociales, ni capacidad para vislumbrar lo que España necesitaba porque estaba muy lejos de asumir el sustrato de cualquiera de las democracias de la Vieja Europa. Por otro lado, la inmensa mayoría de la población española en aquellos primeros compases y los siguientes, en general disfrutaba de suficientes recursos para vivir con un cierto desahogo y sobre todo con un futuro prometedor. Pero poco a poco, a medida que fue viendo qué era la política”, que desconocía, lo que pasaba mientras iba despertando su propia consciencia a las condiciones que se le iban poniendo de manifiesto, ya más madura, parte de la población no tardó en comprender que su futuro no podía estar en España. Y quien pudo, se buscó la vida fuera, empezó a emigrar. Pero, de entre quienes no se quedaron, parte de los individuos más preparados de esa generación post franquista se percataron del verdadero calado social y político reinante. Habían pasado veinte años y la situación no se correspondía, ni mucho menos, con lo que esperaba por lo menos la mitad de la población tras una suerte de engendro sociopolítico

 Analizadas un poco más de cerca, la Constitución y la monarquía en la que se basaba la Transición que tanto alababan los que la habían cocinado; examinadas, tanto la continuidad de los mismos jueces que procedían del franquismo como las nulas señales de una voluntad de cambio por parte de la clase política, de un partido y del otro, que gran parte de la población esperaba dadas las circunstancias dramáticas en que se había producido el paso de un régimen político al otro; examinada la fácil adaptación de los medios de comunicación, primero los impresos, luego también los audiovisuales, al nuevo establishment; examinado de cerca todo eso, sectores amplios de la sociedad empezaron a ver en la Transición una maniobra. Y, al mismo tiempo, se percataron de los incumplimientos del partido que nominalmente representaba a la izquierda política de las clases medias, y su ostensible conformidad con un régimen de bipartidismo que había tomado carta de naturaleza. Todo lo que les despertó una indignación a duras penas contenida. Y entonces, intentando corregir, enmendar, reconducir a ese partido que se había alternado a lo largo de tres décadas en el poder, un grupo de individuos, primero lo denunciaron desde la calle, luego, ya constituidos en un partido político, desde el estamento parlamentario. Pero la pujanza inicial, la fuerza vital de ese puñado de indignados, como un globo que se va desinflando fue perdiendo paulatinamente vigor por un par de concausas: la hostilidad atroz de unos periodistas y medios de comunicación predominantes unida a la pasividad de los restantes, por un lado, y, como consecuencia, las luchas intestinas en el partido a medida que se iba desinflando el globo y sus dirigentes iban rebajando las expectativas, por otro lado. Aun así, por fin, aún sin apenas resuello, el partido acabó entroncando con el de la alternancia en el núcleo del poder ejecutivo. Pero ya era tarde. Ya era tarde para corregir la tendencia del acomodo del partido que se consideraba progresista y sus militantes, ya era tarde para confiar en un cambio brusco o repentino de un estado de cosas que aqueja en lo más íntimo a millones de personas. Precedidos de un recesión económica galopante iniciada en 2008, los acontecimientos sobrevenidos en 2020 de una pandemia mundial terminan desintegrando, medido el asunto por el número de parlamentarios, los a menudo sutiles elementos que cohesionan a toda sociedad, aparte del idioma, ahora para colmo también globalizada. El desconcierto se palpa. (En lo globalizado, basta sólo saber -y eso sólo pasado el tiempo será posible- si el acontecimiento de la pandemia fue o no provocado deliberadamente, para dar un salto mortal sobre la economía capitalista neoliberal como un recurso a la desesperada para superar la imposibilidad de la expansión permanente que el capitalismo precisa para funcionar).

 Lo cierto es que, en España, ya no podemos confiar en cambios radicales gracias a esta generación. Sólo podemos confiar en que la presente emplee todas sus energías para que al menos la siguiente sea una generación verdaderamente constructiva y no recaiga en la misma mentalidad equivocada que siguió a la de la dictadura, que ingenuamente creyó en la democracia prefabricada que ofrecieron los franquistas o esperaba cambios sustanciales más adelante. La formación de la generación definitiva, la terminada”, está pendiente. Y esta generación nueva ha de comenzar en ese punto del despertar intelectual que es la escuela. Al niño le han enseñado a amar a su país, un criterio al que no nos oponemos, pero al que hay que añadirle la posibilidad de que se le enseñe a amar también a su patria común europea, al mundo entero, a la humanidad. Pero debiera ser una generación que estudiase no la historia de las guerras que deriva en realidad en un perfecto sinsentido, sino la historia de la humanidad, la de la construcción de la cultura, de los grandes inventos, de los descubrimientos, de los progresos de la moral no necesariamente religiosa, de la ciencia, de la tecnología. Porque la historia de las guerras sólo nos muestra la historia de las culpas que se echan en cara una nación a otra, un bando a otro si es una guerra civil. En la historia de las guerras se nos presentan frente a frente sólo enemigos. Mientras que en la de las culturas, solo hermanos, sólo amigos. La historia de la guerra incita a la juventud a admirar la violencia, la historia de la cultura le enseña a honrar el intelecto. Es preciso sustituir el espíritu de la desconfianza por el de la confianza. Sólo desde esta óptica que permita remontarnos por encima de un negro pasado y un continuo manipulado, permitiría una España renacida de una especie de redención, que sería la vocación por encima de todo europea, en la que los nacionalismos residuales abandonarían sus comprensibles ansias de emancipación. Sólo desde esa óptica España se iría aglutinando hasta los niveles ostensibles de homogeneidad que apreciamos en las naciones de la Vieja Europa y las lacras seculares y no tan seculares irían poco a poco o rápidamente desvaneciéndose. Si la historia de la cultura ocupase un lugar central en la educación, sustituyendo a la historia política, habría más respeto mutuo y menos desconfianza, más amor al intelecto y menos inclinación a la violencia en las generaciones siguientes. La Unión Europea sabe todo esto. Estoy seguro de que apoyaría y reforzaría de diversos modos, esta iniciativa pedagógica y cultural de altas miras

Jaime Richart

21 Setiembre 2021

domingo, 19 de septiembre de 2021

El cigarrillo, la costumbre, la pandemia y la monarquía

 Una prueba rotunda de la evolución, en este caso social, es que más o menos casi dos siglos duró en occidente la costumbre generalizada de fumar el cigarrillo. A finales del siglo XIX se patenta la máquina para su fabricación. Pues bien, a partir de entonces y hasta como quien dice ayer, la inmensa mayoría de los hombres de las sociedades occidentales fumaban. Y, de repente, como un resorte, casi de la noche a la mañana, como esas lluvias torrenciales que cesan sin apenas transición, también la mayoría de los hombres y mujeres fumadores de la mayor parte de los países europeos que se sepa, dejan de fumar en público; bien disuadidos por leyes restrictivas bien, estimulados por ellas, por propia disuasión, también en privado. Las restricciones en el uso del tabaco en público, pues, fueron y son definitivas. Ello ha provocado que deje de surtir efecto tanto la correa de transmisión de la costumbre de padres a hijos imitadores, como el intercambio de cigarrillos antes tan social, y se genere rápida y prácticamente un colapso de la costumbre de fumar. Para colmo, una pandemia y las alarmas que advierten de graves enfermedades respiratorias a causa del tabaco han hecho que este hábito bicentenario desaparezca virtualmente; que desaparezca casi como por arte de ensalmo, tanto para la ruina de terratenientes como la de países cuya producción es esencial para su economía, como para los sectores de distribución del cigarrillo. De ese modo, lo que antes y durante tanto tiempo fue una costumbre entre liberadora personalmente y estimulante del trato social, ahora es de hecho el hábito residual propio de un carácter débil, o un desdoro.

 Esta inversión radical de la visión que la sociedad en general tiene ahora del fumador y del hábito de fumar, me recuerda la película de Buñuel Los fantasmas de la libertad, en la que varios matrimonios se reúnen en la casa de uno de ellos para charlar. Se sientan todos, hombres y mujeres, cada uno en un váter ante una alargada mesa, y de uno en uno los presentes se van levantando sigilosamente, casi en actitud furtiva, y acuden a un cuartucho inmundo reservado por los anfitriones para comer. En suma, a los fumadores que antes se exhibían, ahora la sociedad les pide que se escondan. Y por eso nos preguntamos ¿cómo es posible que la sociedad, sobre todo masculina, haya mantenido una costumbre tan malsana, causa de muerte prematura y de enfermedades sin cuento a lo largo de doscientos años?

 Del mismo modo, en la España de dentro de cincuenta o de cien años, si la sociedad española no hubiere entrado para entonces en un invierno mental, echándose las manos a la cabeza las gentes se preguntarán: ¿mo es posible que aquellos antepasados nuestros siguieran prácticas aberrantes, como el filibusterismo político que unas veces vació las arcas públicas y otras las malbarató? ¿mo es posible, en relación a una súbita pandemia, que se llamase vacuna a un suero experimental? ¿mo es posible que en relación a lo mismo, tanto el estamento médico como el político dijesen e hiciesen tal cúmulo de estupideces? ¿mo es posible que una forma atávica de Estado que alimenta gravemente las desigualdades sociales como es la monarquía, se restaurase en España en las postrimerías del siglo XX?

Jaime Richart

19 Setiembre 2021

viernes, 17 de septiembre de 2021

La mentalidad transversal del español de hoy

 Si la realidad es de por sí dramática pues a lo largo de la vida atravesamos periodos favorables y desfavorables, tristes y alegres, álgidos y trágicos, contada la realidad por el periodismo resulta decadente, enfermiza, insoportable. Mejor es mantenerse alejados de la noticia televisiva. Porque el periodismo contribuye a la penosa sensación de vivir en tiempos todavía más revueltos de lo que serían sin su poderosa influencia. Ahora, no tanto los medios impresos ni radiofónicos como los televisivos imprimen en todo relato un tono de alarmismo que no extraña que fructificara enseguida el estado declarado por la OMS sin ningún reparo crítico. La fuerza de las imágenes de la realidad”, aún virtual, es demoledora. Tanta que, acompañadas de una estudiada locución, condicionan de tal manera la percepción de lo que se cuenta y la conciencia del telespectador que, si no mucho después de sus comienzos la prensa fue llamada el cuarto poder, pronto los medios audiovisuales pasaron a ser el primero. Por su parte, el contrapoder emergente de los medios alternativos en la Internet apenas tiene, todavía, capacidad para hacerles sombra

 Quizá también por eso en España pocas cosas de cierta importancia no alcanzan proporciones de esperpento. La profusión de particularidades en un país, España, siempre tan ajeno al Continente, de tan poca vocación europea, en la esfera de lo público se ve bocetada a menudo una realidad exagerada, estrambótica por su escaso sentido. Desde luego lo transversal de las ideas y aún de los sentimientos, se dispara de una manera singular. Y ello ocurre en parte, al recorrer bajo la realidad ordinaria dos circunstancias de la historia española todavía relativamente recientes: la guerra civil y una dictadura militar que duró 40 años; forma ésta de gobierno que en Europa fue aplastada, justo cuando comenzaba la española; circunstancias ambas que han dejado profundas huellas en la sociedad pese al esfuerzo en negarlas esa parte de la población cuyos padres o abuelos salieron victoriosos en la guerra y medraron luego al amparo de la dictadura en que ésta culminó.

 De todos modos, de las particularidades, una es compartida por todos los países de Europa y la mayoría de los del mundo. Me refiero a las condiciones psicológicas en las que convive la población de casi todas las naciones, determinadas por una real o supuesta pandemia de gripe severa y también por una obligación, de momento, sólo cívica: la de vacunarse la ciudadanía con un suero experimental. La otra es un feminismo exaltado, enconado, difícilmente inteligible al existir ya en el ordenamiento jurídico la paridad deseable entre hombres y mujeres. Sólo explicable en claves, bien de simple oportunismo político para hacer ruido y llamar la atención, bien como reacción crítica que alivie a la izquierda la sensación de impotencia ante tantos y tan agudos desafíos que le presenta un sistema en la práctica dominado por la derecha. La tercera es la hostilidad de las derechas hacia la inmigración de la pobreza y de la huida, por un lado, y la reactivación de la enemiga que se creía superada, hacia la homosexualidad y la sexualidad anómala”, por otro. Y la cuarta es en cierto modo desconcertante, pero forma parte de las frecuentes paradojas españolas. Y ésa es que la mentalidad de la muy abundante población de más de 60 años está inevitablemente tallada por la influencia de las condiciones sociales, culturales, éticas y estéticas reinantes durante las cuatro décadas de franquismo, cuarenta años son demasiados para no verse afectados hondamente, tanto la persona individual como todo un pueblo. Y en consecuencia, esa parte envejecida de la población en la que lógicamente hay de todo, aún rechazando de plano la posibilidad de otra dictadura, añora la paz del cementerio, a fin de cuentas la estabilidad social en la dictadura. Y en cierto modo aturdida, bascula psíquicamente entre su rechazo y la disculpa, en parecidos términos del síndrome de Estocolmo. Epifenómeno éste psico social, que ninguna población de los países europeos se ha visto en el trance de tener que depurar. 

 Estas particularidades son lo que dan luz a la transversalidad citada; transversalidad que consiste en que mentalidades de izquierdas comparten puntos de vista con mentalidades de derechas, y viceversa. Por ejemplo, parte de la ciudadanía de izquierdas y parte de la ciudadanía de derechas, ambas partes compuestas de mentalidades de más de 60 años de edad, o no secundan o rechazan lo que consideran absurdos excesos de ese feminismo reivindicativo mencionado que no tiene destinatario conocido que no sea la sociedad toda. Y grandes porciones de ciudadanía conservadora comparten con la izquierda la dura crítica del expolio a que han sido sometidas las arcas públicas durante décadas por sus respectivos correligionarios. Lo mismo que derechas e izquierdas hacen severa crítica de declaraciones, planteamientos, denuncias y medidas políticas asimismo absurdas (el absurdo está muy presente en la política española) tanto por parte de líderes de derechas como por parte de líderes de izquierdas que neciamente debilitan el núcleo de su principal argumentario y de su respectiva causa. Y lo mismo ocurre con el enervante episodio de la epidemia y de las vacunas. Grandes porciones de población divergentes, o muy divergentes, en el plano político, coinciden en una similar visión escéptica del asunto, aun cumpliendo con lo preceptivo, e incluso coinciden en su incredulidad o su rechazo, tanto del relato de lo que pasa como de lo que pasa por vacuna...

 Todo lo que genera un clima de confusión, aturdimiento o perplejidad; una atmósfera psicológica enrarecida, que solo parece pueda ir despejándose a medida que pasen a mejor vida los provectos, remita el efecto “pandemia” y vaya quedando desnudo y en su sitio solo el pensamiento estrictamente ideológico…

Jaime Richart

17 Setiembre 2021

miércoles, 15 de septiembre de 2021

Los médicos

 El galeno, como el cura, el juez, el abogado, el hostelero o el banquerono está libre necesariamente de los posibles aspectos más sórdidos de la condición humana. Aceptar esta premisa es muy importante a la hora de evaluar lo que pueda haber pasado y pueda estar pasando acerca de la envergadura y gravedad que se ha venido propalando desde marzo de 2020 respecto a una pandemia, y luego también respecto a su controvertida defensa y prevención. Por otra parte vivimos tiempos en que, como nunca hasta ahora, repugnan el privilegio, la prerrogativa, la distinción, lo sacro. No queda nada que merezca tenerse por sagrado ni especialmente reverenciable o respetable por sí mismo. La veneración y la adoración, la creencia y la fe quedan relegadas exclusivamente para el pensar y el sentir de cada espíritu. Y el reconocimiento del valor del médico es una cuestión estrictamente personal. Pues, como en todas las profesiones y oficios, hay médicos impecables y médicos que no lo son. Los médicos forman un colectivo, y en todo colectivo hay de todo. Lo mismo puede decirse del farmacéutico, del biólogo, del epidemiólogo. Para el poeta y el sabio, todas las cosas son sagradas, todos los días son santos, todas las vivencias son útiles, todos los hombres son divinos, decía Paul Claudel. Pero, para los demás, para nosotros, comunes mortales, para quienes no somos ni poetas ni sabios, no hay intocables, los impecables, en cualquier actividad, son la excepción…

Quiero decir con esto que en la vida pública, por considerar al médico un personaje imprescindible en la sociedad actual, o no se habla de ellos -son intocables- o se habla con demasiada cautela, con demasiado respeto de los médicos, de la profesión médica. Se les excluye de la sospecha que viene planeando desde el pasado año sobre probables iniquidades cometidas en el mundo por algunos de esos profesionales y por otros profesionales de actividades cercanas de las que se valen, como la farmacéutica, la investigación, los laboratorios, la epidemiología y la biología. Y ese miedo, en parte, es porque se obvia la historia de la sociedad y del ser humano. Pues se olvida que a lo largo de los siglos, precisamente individuos dedicados a actividades y profesiones ungidas por el respeto público incondicional, aunque los casos fuesen excepcionales, han sido autores de las mayores abominaciones, grandes malhechores de la humanidad. Dado que la sociedad está estratificada y son varios los grados y niveles en que se ejerce el poder en todos los quehaceres y profesiones, magistrados, cardenales, arzobispos y obispos… y jefes” de equipos médicos en todas sus especialidades, han sido capaces de atrocidades bajo la capa de su amor por la ciencia, a su creencia o a su ideología. La historia está plagada de actividades monstruosas llevadas a cabo por gentes y prohombres de todas clases, empezando por los manejadores de las armas, los militares. Pero también, aunque mucho más coyunturalmente, por médicos, psiquiatras, biólogos más o menos sobresalientes a cuyas conductas presuntamente benefactorasFoucault dedica un fino estudio en  La vida de los hombres infames”.

 ¿Quiénes si no, con prácticas abominables colaboraron con los dictadores? ¿Quiénes si no, avalaron crímenes horrendos con sus certificados o los cometieron directamente con sus experimentos, ordenados o a iniciativa propia, en tiempos oscuros de dictaduras, fascismos y nazismos?

 Los médicos, parapetados en el halo de humanismo y bonhomía de los que el corporativismo y la propia sociedad les rodea, no permiten ser cuestionados. Tampoco lo permite el grueso de la sociedad. Aunque me consta que muchos ni lo han leído, se parapetan en el juramento hipocrático. Y los espíritus vulgares, agradecidos por la atención recibida de ellos, son incapaces de ver más allá de su agradecimiento, Sin embargo basta escarbar en la vida, en los datos, en los libros y en la historia, para descubrir que también fueron capaces de cualquier cosa en nombre de la ciencia médica o a causa de su desmedida ambición profesional. Y ahora también, ¿por qué no? capaces de reforzar los intentos de un puñado de humanos que hace mucho se extirparon la conciencia, para conseguir el saneamiento imposible de la economía mundial

Jaime Richart

15 Setiembre 2021

 

lunes, 13 de septiembre de 2021

Manifiesto contra la insensatez

 

Está llegando la situación a unos extremos que, a medida que se va desinflando el globo de miedo y de histeria hinchado a lo largo de casi dos años, la sociedad civil va a ir reaccionando en todas partes contra el poder político, el médico y el de los Laboratorios sobre todo, que están asfixiando a la ciudadanía.

 Pues está visto y comprobado que, a pesar del dramatismo que han imprimido y siguen imprimiendo los medios a sus comunicados y argumentos sobre la situación sanitaria, a los ciudadanos ya no les impresiona tanta aparatosidad desplegada con unas consecuencias casi triviales en comparación con las muchísimas causas de enfermedad y de muerte y la desatención que sufren tantos pacientes por prestársela excesiva a los del virus de moda. 90.000 fallecidos, sin autopsias por medio, en casi dos años, es un número en cierto modo irrelevante al lado de los fallecidos por enfermedades respiratorias, cardiovasculares, cáncer, y de toda clase. El caso es que la ciudadanía se siente cada vez menos concernida por la permanente alarma sobre un virus de cuya “realidad” depende de la escasa confianza que tiene en sus gobiernos hasta el punto de sospechar la patraña. Cada día son más los indiferentes a las causas, próximas o remotas, de una situación que roza el esperpento. Cada día cree menos en una enfermedad que no sea otra más (y ésta no tan mortal como quiere hacérsenos creer), de las muchas que forman parte del vivir. Cada día cree menos en las explicaciones peregrinas que  inducen a las mentes a justificar la inoculación en el cuerpo de la gente un suero experimental que no desean recibir, bien porque va contra la naturaleza de unas personas o porque simplemente ven en ello un grave peligro, a la corta o a la larga, para su salud precisamente. Cada día la ciudadanía teme más que, pasado el tiempo, semejantes sueros provoquen alteraciones graves orgánicas y neuronales. Cada día recuerda más los engaños de que es capaz el poder, y en este caso varios poderes concertados.

 ¿Les parecen a esos poderes estas razones insuficientes o poco consistentes? Pues si es así, si van a seguir apretando las clavijas a la población de todos los países, tarde o temprano van a tener que vérselas con los ciudadanos en las barricadas de todo el mundo.

 Ahora, en relación al asunto voy a mi actitud estrictamente personal…

 En primer lugar tengo un sistema inmunológico impecable. En segundo lugar, nunca he contraído una enfermedad vírica salvo una gripe hace 40 o 50 años. En tercer lugar, a mis hábitos saludables añadí una alimentación equilibrada. Soy sobrio por naturaleza. Y por último, si a pesar de todo contrajese la dichosa enfermedad, estoy convencido por lo dicho de que saldría adelante. Pero si falleciese a causa de ese real o supuesto y maldito virus, a mis años 83 años me es indiferente irme a la otra vida por ésta o por cualquier otra causa. Y por eso, en modo alguno lamentaría no haberme sometido a la insensatez de quienes, con muchas probabilidades, han puesto en marcha un engranaje de ambición y perversidad combinadas con altas dosis de histeria y de estupidez...

 Razones más que bastantes para no estar dispuesto a correr ningún riesgo, por pocos que sean, y mínimo el de fallecimiento,  permitiendo la inoculación en mi cuerpo de un suero experimental que llaman torticeramente vacuna; un suero cuyos efectos letales en numerosos casos repartidos por todo el planeta son conocidos por quienes no nos ceñimos a la información/desinformación de la cocina de los noticieros nacionales.

 Por otra parte me parece otra insensatez haber empezado a inyectar esos sueros en personas mayores, a las que los médicos consideran más vulnerables. Pues siendo vulnerables y precisamente por serlo, más probabilidades hay de que sufran los efectos funestos de la pócima en organismos ya quebrantados por la salud o por la edad. Si bien, en la mayoría de los casos, esos efectos no se conocerán, pues, como decía Chesterton, los periódicos -luego los medios- se inventaron para conocer la verdad, y más adelante se utilizan para ocultarla.

 Pero es que tampoco creo, ni mucho menos, que sea yo el único en percibir de este modo el asunto. Estoy convencido de que ha de haber millones y millones en el mundo que discurren y sienten como yo

 Jaime Richart

12 Setiembre 2021

sábado, 11 de septiembre de 2021

La Nueva Vida


 El Nuevo Orden Mundial es un orden dispuesto por el enloquecimiento. Para qué andarse con eufemismos, por la locura. Un nuevo orden que se caracteriza por muchas cosas, y según para quién la mayoría de ellas  funes­tas salvo para sus fautores. Pero hay especialmente una sociedad, la española, que nunca fue compacta ni homogénea, y en estas condiciones las disensiones se agravan aún más porque bastantes de ellas son  transversa­les. Quiero decir que podemos estar contra las vacunas y las tesis sanitarias de los gobiernos, y lo estamos, y sin embargo estar tanto o más en contra de la derecha y de la ultraderecha de todas partes y por supuesto de España, que a su vez están en contra de éste y de todos los gobiernos. Después de su Siglo de Oro España fue la apoteosis de la incivilidad fomen­tada, atizada por sus dirigentes religiosos y políticos. Su historia, a partir de la progresiva pérdida del Imperio y de sus colonias, no ha dejado de ser jamás un continuo de múltiples divisiones por unos o por otros moti­vos, pero siempre por la hostilidad atroz del catolicismo hispano  con­tra musulmanes, ateos y agnósticos reales o inventados; hostilidad que ha llegado siempre hasta el desgarro...

 Pero es que a la eterna y profunda división de clases sociales y a la reli­giosa y a la política y a la territorial casi ancestrales, a partir del toque de queda en marzo de 2020 se han sumado,la enemiga entre los ilusos y los maliciosamente llamados “negacionistas”, y a continuación el enfrenta­miento entre los entregados sumisamente a ellas, y los refractarios a las vacu­nas. Pero, por si fuera poco el encono, n hay otras tres que no tienen nada que ver con religión ni con sanidad que por eso sí pudiéramos llamar divisiones neutras, pero si mucha artificiosidad y prosopopeya: por un lado, la de un feminismo tardío que a falta de altas miras, a buena parte de la sociedad mayor y madura se nos antoja mucho más un asunto de oportu­nismo y de capricho; por otro, la de un manifiesto desdén por lo que hasta ayer fue cultura, y por otro, la de un torpe maltrato del idioma castellano.

 En cuanto al feminismo particular sin causa, mejor dejarlo aparte y no pres­tarle atención pues tiene mucho de mentes tediosas y enfermizas. En cuanto al disgusto por la cultura lo relaciono, como ejemplo y síntoma,  con el desconocimiento de los alumnos en general que s adelante serán adultos, de la tabla de multiplicar y con su ignorancia del número y de la aritmética más allá del dígito y del algoritmo. De ahí su ignorancia de las medidas de peso, de volumen, de capacidad, de superficie y de distancia, etc. No son pocas las veces que al entrar en un Café y pedir (intencionada­mente) a alguien joven o no tan joven, una botella de medio litro me res­ponda: no tengo, y cuando le digo que traiga lo que tenga, me trae una botella de 50 centilitros, que es ni más ni menos medio litro. Y en cuanto al maltrato del idioma, se manifiesta en el desprecio desafiante de la orto­grafía en un idioma como el español, hablado por más de medio millón de millones, por cierto cada vez más anglosajonizado. Y es que estas generacio­nes de maestros y alumnos, de planes de enseñanza que se cuen­tan hasta ocho en cuarenta años, parecen preguntarse, ¿para qué matemáti­cas y aritmética, para eso están las calculadoras y la wikipedia? Un lema del 68 en Francia a menudo se veía en la parte trasera de los coches: “Si parece cara la cultura, cultivemos la ignorancia”.

 Pero lo que es peor es el desdén de los poderes públicos, de los partidos y de los representantes de la cultura hacia el pensamiento filosófico que lo ilumina todo sin saberlo el individuo y mucho menos las masas. Las gran­des transformaciones de las sociedades vinieron fermentadas por las ideas de quienes pensaron a veces siglos antes preparando su digestión  a los pue­blos. El pensamiento filosófico, y luego el sociológico y el antropoló­gico, por caminos divergentes al religioso, alumbran afablemente, no traumáti­camente como el religioso del pasado, los significados y conceptos esenciales de las relaciones humanas: prudencia, recato, pudor, tacto, evolu­ción, cinismo, hipocresía, amor, término medio, discreción, compro­miso, amistad, provocación, cordialidad, afabilidad…  y un sinfín de pala­bras cuya etimología se ubica en el pensamiento griego de la Antigüedad. Palabras que luego, con el paso de los milenios, han ido facilitando el en­lace espiritual, anímico y mental entre padres e hijos, entre generaciones y en general entre todas las personas a través de una lógica formal que es ni más menos el método o razonamiento en el que las ideas o la sucesión de los hechos se manifiestan o se desarrollan de forma coherente y sin que haya contradicciones entre ellas (y ello pese a que fuese contestado por las subsiguientes generaciones hasta hace poco, el directo y habitual signifi­cado semántico a menudo impregnado en espiritualidad o de religiosidad, de las ideas religiosas y teológicas). Palabras que por sí mismas expresan con precisión cualidades, disposiciones y estados de ánimo que aproximan o alejan en su discurrir y sentir a dos interlocutores, a padres e hijos o a los componentes de la pareja. Pero respecto a las que en absoluto nadie se atrevía a rechazar, cuestionar o discutir. Ahora sí. Todo se rechaza o ningu­nea…

 El empobrecimiento del lenguaje, como consecuencia de lo dicho es un hecho comprobable e incluso medible. Apenas oigo, ni siquiera a profeso­res o políticos, apartarse un ápice de una palabra que circula sin entorpeci­miento alguno por las anchas autopistas de la comunicabilidad.  ¿Habéis oído aparte de la palabra alucinanteotra tan equivalente y expresiva, co­mo asombroso, deslumbrante, sorprendente, chocante o inaudito? ¿Habéis oído a alguien que, para responder con su aprobación, sincera o cortés, a lo que acaba de escuchar a otra persona no diga: “¡genial!”, sin ocurrírsele (si es que las conoce) tantas palabras que expresan el mismo entusiasmo o aproba­ción como estupendo, espléndido, magnífico y hasta 23 sinónimos más? Pero no. Nunca oiréis ninguna otra expresión, ni seria ni jocunda, que no sea esa tan manida de “genial” .¿Habéis oído a algún político que, pudiendo elegir entre esta nómina de sinónimos: irrecusable, elocuente, convencedor, persuasivo, lido, bien fundado, conclusivo, concluyente, consistente, decisivo, definitivo, lapidario, perentorio, persuasor, terminante, vigoroso, abductivo, enjundioso, inconcuso o suasorio, decir alguna vez otra palabra para hacerse persuasivo que no seacontundente?

 Oigo metódicamente a comunicadores periodistas convertir el adjetivo plu­ral en adjetivo singular y aún más a menudo convertirlas en adverbio. Retransmitiendo un partido de tenis se oye decir: “…esos golpes son mu­cho más “difícil”…”. Lo que significa que en las Escuelas de Periodismo ya oían y oyen hablar así de mal a sus maestros. Y si me pongo a enumerar ataques concienzudos a la sintaxis, a la prosodia y a la gramática por parte de licenciados y voces públicas que lucen pimpantes títulos y másters”, terminaría pensando que sería más productivo escribir un libro, editarlo e intentar ir a la televisión a promocionarlo sin ninguna posibilidad, porque en la televisión y sus platós sólo publicitan los libros y productos comercia­les sus periodistas copando posibles puestos de trabajo. En la Nueva Vida todo vale, menos descuidar la mascarilla y huir de las vacu­nas, rechazarlas o negarlas. Pero estos “sacrificios lingüísticos” por “el bien de España” y de la lengua castellana que practican tantos personajes públicos que debieran dar ejemplo, son de poco fuste en comparación con el número de las barbaridades y los desatinos repartidos por todos los pla­nos de la realidad postmoderna que propagan los poderes públicos y los grandes emporios que se están cargando a la población del mundo y al pro­pio planeta, mientras nosotros, crédulos, ilusos, simples, celebramos y disfru­tamos como pardillos un nuevo orden mundial y una Nueva Vida en la que ya ni tiene sentido, porque sus palabras hoy ya ni se comprenden, de los cincuenta o sesenta años de edad para abajo, este bello epigrama del antiguo poeta Marcial

La buena vida es, para mí,

Dejar volar lo que se fue

Saber sembrar la mejor vid,

Dar amistad sin ofender,

Sin más gobierno que el del alma,

Con la mente limpia y siempre en calma,

Sabiduría y simplicidad,

Saber dormir sin ansiedad,

La mente en calma

 Como dice Christophe Clavé: “no solo se trata de la reducción del vocabula­rio utilizado, sino también de las sutilezas lingüísticas que permi­ten elaborar y formular un pensamiento complejo. La desaparición gradual de los tiempos (subjuntivo, imperfecto, formas compuestas del futuro, partici­pio pasado) da lugar a un pensamiento casi siempre al presente, limi­tado en el momento: incapaz de proyecciones en el tiempo. Menos pala­bras y menos verbos conjugados implican menos capacidad para expre­sar las emociones y menos posibilidades de elaborar un pensamiento. Los estudios han demostrado que parte de la violencia en la esfera pública y privada proviene directamente de la incapacidad de describir sus emocio­nes a través de las palabras. Y es que sin palabras para construir un razona­miento, el pensamiento complejo se hace imposible”.

 Jaime Richart

10 Setiembre 2021