lunes, 8 de noviembre de 2010

La miseria del papado

Las últimas palabras de Federico Lombardi, el portavoz del Vati­cano, antes de regresar el papa a su lujosa casa, son las acostum­bradas en los emisarios de los papas. Es el estilo típico de los alta­ne­ros, de los mafiosos y de los cínicos que tienen a un testaferro que les va a "aclarar" sus exabruptos, sus imposturas, sus cacica­das, sus in­solencias y su agresión verbal. Lombardi cree aclarar las infaus­tas palabras de Ratzinger, quien, en el avión que le trajo y an­tes de aterri­zar, comparó el anticlericalismo que hubo en la II República espa­ñola, con el agresivo laicismo actual en España fruto de la constitu­ción.

Lombardi ha dicho antes de irse con su compadre: "el papa no quiso ser polémico", "quiere encuentro y no choque": la mismísima es­trate­gia de los antes relacionados antes de apuña­lar verbalmente al ad­versa­rio: "yo te respeto, a ti y tus ideas, pero eres un indeseable"...

Está muy vista y oída esa táctica de rufián educado en jesuitas. Está muy manida; una táctica que no sólo desacredita a quien la em­plea sino que pone también en evidencia su falta absoluta de imagi­nación y el indomable dogmatismo propio de quienes se erigen como posee­dore de toda la ver­dad, con exclusión de la verdad de los de­más.

Esto, la hipocresía, la doble vara de medir, la ley de lo estrecho para los otros y lo ancho para mí que predico; eso, el tener siem­pre prepa­rado, ante las maniobras y la bribonería de los papas y sus purpu­ra­dos al servicio de los dictadores sanguinarios, lo mismo que ante los crímenes morales de sus pederas­tas, el alegato de que ellos, por un lado, también son "huma­nos” para que les disculpemos en tanto que golfos redomados, y, por otro, son divinos para que nadie les repli­que; todo esto es lo que hace superlativamente odioso al pa­pado y a la doctrina social y moral puesta en marcha por el Vaticano hace más o menos dos mil años. Una doctrina y unas prácticas que se han mantenido precisamente veinte siglos, gra­cias a la ignorancia univer­sal. No es casual que Benedicto haya re­unido en Barce­lona sólo a la cuarta parte de fieles que su predece­sor, Juan Pablo II, en 1982.

Dicen que el tiempo pone a cada uno en su lugar. Pues bien, el siglo XXI, el siglo del conocimiento, de la infor­mación y de la inteligencia al alcance de los 6 mil millones que pue­blan el pla­neta está des­cu­briendo toda la maquinación, toda la prestidigitación, toda a im­postura del Poder y los poderes, pero también la frivolidad teológica del cato­licismo. Y no sólo eso, es que el siglo XXI está asistiendo, impávido, a la roma inteligencia del papado que se resiste tercamente a perder el poder terrenal y a ir descalzo o en asno por el mundo si es que desea "re­evangelizarlo", como ha dicho también en Barcelona. Ig­nora, el ne­cio, que, ya sólo es eso lo único que le queda para redi­mirse y congra­ciarle, a él como a su Iglesia, con Cristo y con su Dios.

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