sábado, 6 de noviembre de 2010

La libertad antropológica

Toda en teoría, muy escasa en la práctica: pese a lo que se empe­ñan los optimistas y los triunfadores, si bien la libertad del ser humano como ser pensante podemos decir que es completa, su li­bertad social se reduce a ese mínimo mar­gen que tiene la hormiga para salirse a duras penas del sendero…

En todo caso a la realidad dan dos ventanales. Desde uno de ellos la realidad “es” lo que presenciamos con nuestros propios ojos, lo que es­cu­chamos y lo que entendemos. Desde el otro “es”, lo que nos cuentan. Sentados frente a uno de los dos, podemos utilizar dis­tintos anteojos para verla, medirla, pe­sarla y valorarla. Cada uno nos apor­tará un co­nocimiento moral y material de cada cosa. Y a su vez ese conocimiento se mo­dificará y nos causará uno u otro efecto se­gún lo tratemos y se­gún el grado de profundi­dad a que seamos ca­paces de lle­gar.

Pues bien, la antropología es uno de esos anteojos y la antro­polo­gía fi­losófica otro. Y a través de ambos no se ven ni el enfoque ideo­lógico ni el político ni el moral, que son los tres más usuales someti­dos a la pública opinión. Y desde la perspec­tiva de la antropolo­gía filo­sófica concretamente, la realidad es bien simple: para ella es tan in­diferente que un mare­moto se trague todo un país, que un micro­bio de la fie­bre nos mate o su­cumba por un cambio brusco de tem­peratura.

La antropología filosófica es un marco de estudio y análisis del ser humano como zoon más que como politikon; más irracional que ra­cional. Desde esta perspectiva la libertad entendida como libre albe­drío y la libertad política entendida como libertades formales, o son in­existentes o son minúsculas; desde luego carecen de la naturaleza que les confiere la política y los ordenamientos jurí­di­cos y por su­puesto los medios y los estudiosos. Por ello, aunque la política y el derecho y en correlación el pe­rio­dismo interpretan las li­bertades for­males como ausencia total de opresión sobre el espíritu y el desen­volvimiento personal, anali­zadas antropológicamente son tan re­so­nantes como vacuas, tan reales o ilu­sorias como la libertad filo­sófica.

Pero entre nosotros los latinos siempre, y más hoy día, se filosofa poco, y se atiende más a la superficie de las cosas, a los as­pectos externos y más inmediatos de los con­ceptos es­pecialmente cuando nos expresamos en lenguaje político o jurídico, que es lo habitual. Por eso los leguleyos son los que dominan. Y lo frecuente no es hablar de la libertad en tér­minos filosóficos o meta­físicos, sino en claves so­ciales. Por eso el jurista, el político y el periodista se re­fie­ren siempre a la libertad como li­bertad social. Y así dicen; aquí hay libertad, allá no hay liber­tad. Nuna perfilan ni modulan el cuánto de libertad, ni parten de un modelo de libertad ni de un mo­delo de socie­dad donde exista absolutamente. Sencillamente porque no existe. No ponderan que toda tribu, todo clan, todo Estado tienen sus reglas, sus normas, sus leyes, sus costumbres. Y toda norma, toda ley, toda costumbre limita la liber­tad. Jean Jacques Rousseau decía que la condición de la li­bertad es inherente a la humanidad, una inevitable faceta de la pose­sión del alma en la que todas las in­teracciones so­ciales con posterio­ridad al nacimiento im­plica una pérdida de libertad, vo­luntaria o invo­lunta­riamente. El hombre nace libre, pero en todas partes está encade­nado. En toda sociedad, para serlo, hay restriccio­nes.

En general y en oc­cidente basta que un país haga una am­pu­losa pro­clama o declaración de la libertad en su cons­titución o en sus ins­tituciones políticas, para que todos los opi­nantes estén de acuerdo en que la hay. Lo de menos es averiguar y comprobar si ese país en con­creto, sus policías y sus jueces con­culcan o no la li­bertad, en todo o en parte, por clases sociales, por segmentos de población o por te­rri­torios. Va­lórese la libertad que disfrutan los ciu­dadanos en Estados Unidos, según sean patricios, negros e hispa­nos, y qué clase de liber­tad está im­poniendo a cañonazos en los in­va­di­dos y ocupados en Oriente Medio. Pero también, véase qué gé­nero de li­bertad existe en España y concretamente en el País Vasco donde son profusas las detenciones y procesamientos bajo la gran excusa de las de­mo­cra­cias burguesas occidentales, y especial­mente la espa­ñola, de terro­rismo y apologías. Por eso, unos maldi­cen tan fácilmente a paí­ses como China o Vene­zuela y a sus diri­gentes ig­norando o que­riendo ig­norar que la libertad formal bá­sica empieza por tener cada ciudadano un te­cho digno, una nutrición sufi­ciente, una enseñanza de calidad y un res­peto abso­luto al ciuda­dano por parte de quienes os­tentan o detentan el poder, dones que sólo los disfrutan a costa de otros. ¿Se plas­man, se realizan, se concre­tan en realidad todos esos de­rechos que consti­tuyen la li­ber­tad for­mal de primer rango en esas democra­cias burguesas? Yo creo que no, que habría que de­mos­trarse que no sólo son no­mina­les, sino que todo el mundo y en cualquier parte del territorio del Estado se puede dor­mir tranquilo, satis­fecho y sin temor? Yo creo que habría que demostrarla fe­haciente­mente,pues la impre­sión ge­neral y honda es que la dis­criminación racial en unos sitios, la cate­go­ría so­cial y la capacidad econó­mica de los ciudadanos en todos los países capitalistas marcan enormes distancias entre los dere­chos y li­bertades de unos ciudada­nos y otros.

Volviendo a la antropología filosófica, ésta distingue entre la emi­colo­gía: estudio de los significativos en el ámbito estructural y del com­portamiento de una cultura, descritos desde el propio punto de vista de esta cultura, y la eticología: estudio de los significativos del ám­bito estructural y del comportamiento de una cultura, descritos en función de unos rasgos independientes o por contrastación con otras culturas, por ejemplo, con la cultura del estudioso.

Esto significa que ningún autor periodístico, ni el lenguaje usual de los medios de comunicación -los chamanes de la modernidad- atien­den al concepto libertad desde el punto de vista emicológico, es de­cir, desde las "razones" que existen en otros países de culturas muy dife­rentes de la nuestra para organizarse socio políticamente, y para te­ner sus propias reglas, preceptos, costumbres y en suma su cultura. Esto es tan lamentable como ver “normal” que se aplique a un reo la inyección letal o la silla eléc­trica porque es una ejecución más civili­zada y de rango superior, y se vea horrible la lapi­dación en la que di­fícilmente la muerte del reo no será prácticamente instan­tánea gra­cias a una piedra en la sien. Y tan la­mentable como supo­ner que no­sotros, los occidentales, tenemos derecho a la inje­rencia y a la im­po­sición de nuestras ideas y conceptos políticos, a la fuerza de los em­bargos o por la brutalidad de invasiones y ocupa­ciones armadas, atentando co­ntra la liberta­d de los pueblos a gobernarse por sí mis­mos y por sus costum­bres, nos gusten o no. Pues la re­afirmación de los valores propios negando los aje­nos, por un lado, y el arrogarse el derecho a la injerencia, por otro, son las acti­tu­des más odiosas desde el punto de vista humano y también antro­poló­gico, pues es propio de las bestias humanas, de los engreí­dos, los petulantes, los soberbios, los fas­cis­tas y los neolibe­ra­les.

Estos apuntes pueden valer para que se vea hasta qué punto, desde el prisma antropológico –otro más de los enfoques posibles- la pala­bra libertad es evanescente y escurridiza. Tan escu­rridiza y eva­nes­cente como el agua entre las manos y como los conceptos amor, res­peto, justicia, democracia y dios.




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