sábado, 18 de diciembre de 2021

Por el bien de la Humanidad…

  El saber científico y exhaustivo de hoy día, del humano masivamente considerado está fuera de toda duda pese a que en buena medida y a cambio se sacrifique a todas luces la sabiduría del anciano; el saber científico y exhaustivo del humano, sin distinción de paralelos y meridianos, tanto en el plano biológico, como psicológico, como antropológico conductual a la postre, de sus reacciones, de sus debilidades, de sus miedos, de su tendencia al hacinamiento que en cierto modo comporta la socialización hasta el punto de que quien no es gregario pasa a menudo por sociópata, me permite desde la atalaya en la que por ley de vida me encuentro asentar dos o tres razones que (me) explican todo lo que pasa desde marzo 2020.

 Porque ese cabal conocimiento de la condición humana va acompañado de factores que han confirmado a lo largo del tiempo los cálculos que científicos e intelectuales al hilo de Malthus o al margen de él, han ido comunicando a los responsables de las naciones punteras para que adoptaran las correcciones pertinentes. Una de esas razones es la demografía mundial galopante. Otra el esquilmado exponencial de la naturaleza, contra el que nada ha podido las razonables propuesta del desarrollo sostenible incrustado en todas las instituciones. Y otra, que bien puede ser la primera, que el sistema capitalista y luego el neoliberal es el principal culpable del desaguisado. Pues se trata de un régimen de convivencia política y de toda clase que, en lugar de poner el acento en la economía mixta potenciando el concepto de lo blico que hubiera sido lo sagaz, ha seguido el camino exactamente contrario de la privatización atroz y ya sin un posible retorno voluntario. Ese desdén, ese desprecio de las advertencias de muchos avisados rigurosos, la ambición sin medida ni escrúpulos, la impotencia de quienes veían esto venir sin poder corregir la deriva del planeta y de la humanidad llevó hace mucho -quizá el año 2008- a los observadores y responsables mundiales a la conclusión de que ya no hay un posible retorno a la condiciones preexistentes.

 La escasez progresiva y rápida del agua, los desastres causados por una mutación climática (que no cambio pues lo caótico no responde a módulos de regularidad que no existe propiamente en el “cambio”), perfilan desde a hace mucho tiempo un porvenir de carácter cataclísmico que podría decirse ya está aquí. Sea como fuere, sociedades hedonistas, opulentas dedicadas a dilapidar, a despilfarrar y a depredar territorios sin cuyas materias primas no podrían vivir como han vivido y viven no “podían” permitir llegar a lo inevitable, lo que muchos vemos en lo que los antiguos griegos llamaban fatum, fatalidad, sin intentar lo que al final ha terminado por ejecutarse: diezmar a la población de todos las naciones. No sólo a través de un virus cuestionable, no también mediante unas vacunas más cuestionables todavía… sino causando numerosos efectos apenas visibles, apenas palpables que emboscan los verdaderos motivos de haber puesto en marcha una operación a escala mundial; una operación similar a la puesta en marcha en una guerra, en la que lo de menos es localizar a sus autores, es decir, a los causantes de la causa.

 Lo que no significa que en las esferas del librepensamiento no se apunte con mira telescópica a lo que es la convicción moral de miles, de millones o quizá de miles de millones de personas: primero, que los gobiernos compuestos por individuos en su mayoría gentes de “letras”, nada pueden responder y menos enfrentarse a quienes manejan y deciden la sanidad pública con la coartada de microorganismos que sólo ellos pueden ver; y segundo, que todo esto, con independencia de que los autores y sus séquitos se aseguran seguir viviendo a cuerpo de rey, incluso con la coartada de que actúan de “buena fe”, todo lo que se lleva a cabo y las medidas que en lo sucesivo vayan adoptando los gobiernos se habrá hecho “por el bien de la Humanidad”…

 Jaime Richart

Antropólogo y jurista

13 Diciembre 2021

 

 

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