Hay algunas frases
más o menos históricas, como la que dice: “los pueblos que no conocen su
historia están condenados a repetirla”, que de pronto, generalmente en los
círculos de la política, se ponen de moda y van de boca en boca, de parlamento
en parlamento, de asamblea en asamblea, de congreso en congreso, sin revisar
nadie su significado; es decir, sin ton ni son, repitiéndola como papagayos. Incluso
he visto la frase traducida, superpuesta, al terminar un film eslovaco…
El caso es que el orador, o quien la reproduce, antes de
pronunciarla no se ha detenido ni un solo segundo en analizarla, dando a la
frase categoría de sentencia firme, sin posibilidad de apelación. Suena bien y
le permite a quien la emplea una introducción en apariencia lucida, tras la
cual pasa a su disertación pese a que lo que sigue luego nada tenga que ver con
ella. Atribuida a distintos personajes de la historia militar o del
pensamiento, como Avellaneda, Guizot, Dilthey o nada menos que a Ortega y
Gasset o Cicerón (según veo por ahí en Internet), a ninguno de ellos le
considero capaz de semejante disparate…
Porque, en efecto. El hecho de repetirse no quiere decir que no sea un
sinsentido. Pues ¿qué pueblo no conoce su historia? ¿qué político, de los que deciden
entrar en la aventura política pretendiendo por la persuasión hacerse con el
poder. o qué militar decidido a adueñarse del poder por la fuerza, no conoce la
historia de su pueblo? Hasta los pueblos convencionalmente más atrasados
arrastran su historia en la tradición oral.
Pero es que, conozcan o no su historia los pueblos y los
dirigentes, la historia se repite indefectiblemente de una u otra forma aunque
la forma es lo de menos pues las variables son muy pocas. Los pueblos repiten
una y otra vez su historia porque la historia no es más que una sucesión de
choques de voluntades, de fuerzas y de poderes. Si bien el poder más fornido va
pasando de manos de un pueblo a otro a lo largo del tiempo y de los siglos. Lo
que se repite es el curso de la historia del ser humano y la historia de los
pueblos en sí mismos. Los pueblos, conozcan o no su historia están condenados a
actos individuales y colectivos siempre de la misma factura y por la misma motivación:
la ambición desmedida de dominio, el frenético deseo de poder, el cual será de
mayor o menor alcance según el momento histórico, las circunstancias y la
índole o idiosincrasia de cada pueblo, unos más pacíficos y otros más belicosos.
Y a medida que el ser humano y los pueblos se “civilizan”, a la violencia
máxima desatada que son las guerras y las invasiones armadas, se le dota de la
consiguiente coartada y del más o menos simple, el más o menos sofisticado
pretexto para justificarlas. En esto consiste la condena a que están sometidos
todos los pueblos conozcan o no conozcan su historia. Lo que está pendiente en
la sociedad humana es descubrir la fórmula mágica capaz de erradicar la
violencia de su miserable condición…
Jaime Richart
Antropólogo y jurista
8 Diciembre 2021
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