Pero es que a la eterna y
profunda división de clases sociales y a la religiosa y a la política y a la
territorial casi ancestrales, a partir del toque de queda en marzo de 2020 se
han sumado,la enemiga entre los ilusos y los
maliciosamente llamados “negacionistas”, y a continuación el enfrentamiento entre los entregados
sumisamente a ellas, y los refractarios a las vacunas. Pero, por si fuera poco el
encono, aún hay otras tres que no tienen nada que ver con religión ni con
sanidad que por eso sí pudiéramos llamar divisiones neutras, pero si mucha
artificiosidad y prosopopeya: por un lado, la de un feminismo tardío que a
falta de altas miras, a buena parte de la sociedad mayor y madura se nos antoja
mucho más un asunto de oportunismo y de capricho; por otro, la de un
manifiesto desdén por lo que hasta ayer fue cultura, y por otro, la de un torpe
maltrato del idioma castellano.
En cuanto al feminismo
particular sin causa, mejor dejarlo aparte y no prestarle atención pues tiene mucho
de mentes tediosas y enfermizas. En cuanto al disgusto por la cultura lo
relaciono, como ejemplo y síntoma, con
el desconocimiento de los alumnos en general que más adelante serán adultos, de la
tabla de multiplicar y con su ignorancia del número y de la aritmética más allá del dígito y del algoritmo. De ahí su ignorancia de las medidas de peso, de volumen, de capacidad, de
superficie y de distancia, etc. No son pocas las veces que al entrar en un Café y pedir (intencionadamente) a alguien joven o no tan
joven, una botella de medio litro me responda: “no tengo”, y cuando le digo que traiga
lo que tenga, me trae una botella de 50 centilitros, que es ni más ni menos medio litro. Y en
cuanto al maltrato del idioma, se manifiesta en el desprecio desafiante de la
ortografía en un idioma como el español, hablado por más de medio millón de
millones, por cierto cada vez más anglosajonizado. Y es que estas generaciones de maestros y alumnos, de
planes de enseñanza que se cuentan hasta ocho en cuarenta años, parecen
preguntarse, ¿para qué matemáticas y aritmética, para eso están las
calculadoras y la wikipedia? Un lema del 68 en Francia a menudo se veía en la
parte trasera de los coches: “Si parece cara la cultura, cultivemos la
ignorancia”.
Pero lo que es peor es el
desdén de los poderes públicos, de los partidos y de los representantes de la
cultura hacia el pensamiento filosófico que lo ilumina todo sin saberlo el
individuo y mucho menos las masas. Las grandes transformaciones de las
sociedades vinieron fermentadas por las ideas de quienes pensaron a veces
siglos antes preparando su digestión a
los pueblos. El pensamiento filosófico, y luego el sociológico y el antropológico, por caminos divergentes al
religioso, alumbran afablemente, no traumáticamente como el religioso del
pasado, los significados y conceptos esenciales de las relaciones humanas:
prudencia, recato, pudor, tacto, evolución, cinismo, hipocresía,
amor, término medio, discreción, compromiso, amistad, provocación,
cordialidad, afabilidad… y un sinfín de
palabras cuya etimología se ubica en el pensamiento griego de la
Antigüedad. Palabras que luego, con el paso de los milenios, han ido
facilitando el enlace espiritual, anímico y mental entre padres e hijos, entre
generaciones y en general entre todas las personas a través de una lógica
formal que es ni más menos el método o razonamiento en el que las ideas o la
sucesión de los hechos se manifiestan o se desarrollan de forma coherente y
sin que haya contradicciones entre ellas (y ello pese a que fuese contestado
por las subsiguientes generaciones hasta hace poco, el directo y habitual
significado semántico a menudo impregnado en espiritualidad o de religiosidad, de las ideas religiosas y teológicas). Palabras que por sí mismas
expresan con precisión cualidades, disposiciones y estados de ánimo que
aproximan o alejan en su discurrir y sentir a dos interlocutores, a padres e
hijos o a los componentes de la pareja. Pero respecto a las que en absoluto
nadie se atrevía a rechazar, cuestionar o discutir. Ahora sí. Todo se rechaza o ningunea…
El empobrecimiento del
lenguaje, como consecuencia de lo dicho es un hecho comprobable e incluso
medible. Apenas oigo, ni siquiera a profesores o políticos, apartarse un
ápice de una palabra que circula sin entorpecimiento alguno por las anchas
autopistas de la comunicabilidad.
¿Habéis oído aparte de la palabra “alucinante” otra tan equivalente y
expresiva, como asombroso, deslumbrante, sorprendente, chocante o inaudito? ¿Habéis oído a alguien que, para responder
con su aprobación, sincera o
cortés, a lo que acaba de escuchar a
otra persona no diga: “¡genial!”, sin ocurrírsele (si es que las conoce) tantas
palabras que expresan el mismo entusiasmo o aprobación como estupendo,
espléndido, magnífico y hasta 23 sinónimos más? Pero no. Nunca oiréis ninguna
otra expresión, ni seria ni jocunda, que no sea esa tan manida de “genial”
.¿Habéis oído a algún político que, pudiendo elegir entre esta nómina de
sinónimos: irrecusable, elocuente, convencedor, persuasivo, sólido, bien fundado, conclusivo, concluyente, consistente, decisivo, definitivo, lapidario, perentorio, persuasor, terminante, vigoroso, abductivo, enjundioso, inconcuso o suasorio, decir alguna vez otra palabra para hacerse persuasivo que no sea “contundente”?
Oigo metódicamente a comunicadores periodistas convertir el
adjetivo plural en adjetivo singular y aún más a menudo convertirlas en adverbio.
Retransmitiendo un partido de tenis se oye decir: “…esos golpes son mucho más “difícil”…”. Lo que
significa que en las Escuelas de Periodismo ya oían y oyen hablar así de mal a
sus maestros. Y si me pongo a enumerar ataques concienzudos a la sintaxis, a la
prosodia y a la gramática por parte de licenciados y voces públicas que lucen pimpantes títulos y “másters”,
terminaría pensando que sería más productivo escribir un libro, editarlo e
intentar ir a la televisión a promocionarlo sin ninguna posibilidad, porque en
la televisión y sus platós sólo publicitan los libros y productos comerciales sus periodistas copando
posibles puestos de trabajo. En la Nueva Vida todo vale, menos descuidar la
mascarilla y huir de las vacunas, rechazarlas o negarlas. Pero estos
“sacrificios lingüísticos” por “el bien de España” y de la lengua castellana que
practican tantos personajes públicos que debieran dar ejemplo, son de poco
fuste en comparación con el número de las barbaridades y los desatinos
repartidos por todos los planos de la realidad postmoderna que propagan
los poderes públicos y los grandes emporios que se están cargando a la
población del mundo y al propio planeta, mientras nosotros, crédulos,
ilusos, simples, celebramos y disfrutamos como pardillos un nuevo
orden mundial y una Nueva Vida en la que ya ni tiene sentido, porque sus
palabras hoy ya ni se comprenden, de los cincuenta o sesenta años de edad para
abajo, este bello epigrama del antiguo poeta Marcial
La buena vida es, para mí,
Dejar volar lo que se fue
Saber sembrar la mejor vid,
Dar amistad sin ofender,
Sin más gobierno que el del alma,
Con la mente limpia y siempre en calma,
Sabiduría y simplicidad,
Saber dormir sin ansiedad,
La mente en calma
Como dice Christophe Clavé: “no
solo se trata de la reducción del vocabulario utilizado, sino también de las sutilezas lingüísticas que permiten elaborar y formular un
pensamiento complejo. La desaparición gradual de los tiempos
(subjuntivo, imperfecto, formas compuestas del futuro, participio pasado) da lugar a un
pensamiento casi siempre al presente, limitado en el momento: incapaz de
proyecciones en el tiempo. Menos palabras y menos verbos conjugados
implican menos capacidad para expresar las emociones y menos
posibilidades de elaborar un pensamiento. Los estudios han demostrado que parte
de la violencia en la esfera pública y privada proviene directamente de la
incapacidad de describir sus emociones a través de las palabras. Y es que sin palabras para construir un razonamiento, el pensamiento complejo
se hace imposible”.
Jaime Richart
10 Setiembre 2021
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